En la ciudad donde resido- y en el resto del reino- la comidilla del día es la suspensión de pagos de la empresa constructora que el hombre gordo le vendió al hombre pequeño y de voz atiplada hace poco más de un año. La empresa era uno de nuestros emblemas financieros, gozaba de una aparente solvencia, realizaba grandes proyectos urbanísticos en el extranjero, y hasta daba patrocinio publicitario al equipo fútbol local, que llevaba impreso sobre la camiseta el nombre de la entidad. De hecho, estaba considerada, por su patrimonio y por su volumen de negocio, como la inmobiliaria más importante del país. Las autoridades, los medios de comunicación, las fuerzas vivas y esa clase de gente que eufemísticamente denominamos como expertos en la materia, hacían grandes elogios de ella valorando, de forma especial, que había surgido prácticamente de la nada, gracias al talento y al esfuerzo de su creador, un hombre audaz hecho a sí mismo. Durante unos años, todos nos maravillábamos de la permanente expansión de un negocio que no parecía conocer los límites. La empresa del hombre gordo firmaba convenios para construir grandes urbanizaciones en Rusia y en Marruecos, diseñaba proyectos en Hungría, compraba bosques para aprovisionarse de madera en Rumanía, asomaba la patita en Francia,etc, etc. El carrusel de inversiones era mareante y el hombre gordo aparecía en las fotos de prensa rodeado de plutócratas, jeques, príncipes y personajes de alto nivel. Siempre discreto y con la boca cerrada, como el batracio que aguarda su oportunidad para comerse el insecto más apetitoso en el borde de la charca. La trastienda contable que se pudiera ocultar bajo ese aspecto imperturbable es un misterio, aunque ya se sabe que, en los negocios y en el póquer, el mayor mérito consiste en no descubrir el juego. No obstante, la gran ocasión de convertir en dinero aquella entelequia de plusvalías (el valor nominal del metro cuadrado estaba disparado) le llegó cuando el hombre pequeño se lanzó a comprarle la empresa abonando nada menos que 4.617 millones de euros más de su valor contable, es decir de su valor de adquisición. Todo ello con el apoyo crediticio de las cajas de ahorro gallegas y de otras españolas, que cerraron los ojos ante el riesgo evidente de la operación. Mientras tanto, con esa plusvalía fabulosa, el hombre gordo adquirió acciones del Banco Bilbao Vizcaya, potente entidad de la que se convirtió en su primer accionista a título personal. Una vez conocido el desenlace, cabe preguntarse si el hombre gordo engañó al hombre pequeño de la voz atiplada, si éste es un insensato, si los bancos y cajas que prestaron dinero para la operación estaban ciegos, o si, por el contrario, se trata de un nuevo episodio de traslación de pérdidas a los idiotas que además de comprar pisos por encima de su precio real permiten que unas entidades de crédito especialmente imprudentes administren sus ahorros. No me acabo de creer que el hombre gordo fuera tan listo y el hombre pequeño tan tonto. Algo de truco debe de haber. He visto el suficiente número de películas de el gordo y el flaco como para no saber que, aunque aparentemente enfrentados, en el fondo siempre estaban de acuerdo.