Apenas unos pocos meses después de que el presidente Zapatero proclamase ufano y pueril que su Gobierno había situado a España en la Champions League de la economía, el país está a punto de descender a Segunda. Más o menos lo mismo que le ocurrió al Celta, aunque a diferencia del equipo vigués el Reino español no haya entrado -por el momento- en suspensión de pagos.

Zapatero es como esos presidentes de club que a comienzos de temporada prometen títulos europeos a su afición y acaban dejando al equipo en los infiernos de la Segunda, con opción a Segunda B. Véase el reciente caso del Zaragoza o el ya mentado del Celta, hace un par de años.

Efectivamente, el actual jefe del Gobierno revalidó su cargo tras pintar en las elecciones un cuadro idílico de la situación económica española. No sólo militábamos en la Champions League, sino que habíamos derrotado por primera vez a la potente selección financiera de Italia y estábamos a punto de empatar con la de Francia. Parece una broma, pero ahí están las colecciones de periódicos para confirmar el optimismo sin barreras que entonces -e incluso ahora- exhibía el presidente.

Una mayoría de aficionados le creyó y, tras darle su voto, ahora se enteran de que ya no estamos peleando por la Champions o siquiera la UEFA de la economía, sino en la angustiosa lucha para evitar el descenso a los abismos de la Segunda División de la que tantas décadas nos había costado salir. Miren si será grave la situación que hasta los ministros Solbes y Sebastián -segundos entrenadores del equipo- admiten que la crisis "roza el larguero" o se aproxima a una "casi recesión", lo que es tanto como decir que una chica está "un poco" embarazada.

El último susto lo han dado los precios, que acaban de escalar hasta una cifra récord del 5 por ciento inédita desde hace casi quince años en España (y cuatro décimas más en Galicia).

Tamaña inflación viene a ser un gol por toda la escuadra para el equipo español que en vísperas de las elecciones jugaba en la Champions League. Pero en modo alguno el único. En realidad, apenas pasa día sin que los cronistas de esta singular Liga económica certifiquen una nueva crecida del paro, un aumento sustancial de los impagos de hipotecas o una caída general de las ventas que afecta imparcialmente a los coches, las casas, los electrodomésticos, los restaurantes e incluso las tabernas. Y eso que sólo estamos en el comienzo de la temporada de crisis.

Como suele ocurrir en estos casos, el presidente del club -es decir: del Gobierno- alega que el equipo no va tan mal, que resulta exagerado hablar de crisis y que queda mucha Liga por delante; pero los resultados no paran de desmentir tan consoladores pronósticos.

De hecho, la situación de la economía española empieza a adquirir matices inquietantemente argentinos. Al igual que ocurrió en España durante la última década prodigiosa del hormigón, también los ciudadanos de aquella República vivieron su propia época de la "plata dulce" -o del dinero fácil- que favoreció la multiplicación del consumo, los viajes sin tasa al extranjero y, en general, una vida de nuevos ricos que en absoluto se correspondía con la frágil economía del país.

Allá en la Pampa el milagro se obró gracias a la ingeniera monetaria y acá en la Península por medio del Monopoly de la construcción, pero el resultado es más o menos el mismo. Ya sea el dólar o el ladrillo quien lo hinche artificialmente, el globo acaba siempre por desinflarse y dejar al país como un solar no recalificable.

Cierto es que, aunque los bancos hayan cerrado el grifo del dinero por falta de liquidez, no es probable que en España -protegida por el paraguas de la Unión Europea- lleguemos a los extremos del "corralito" argentino. Pero del descenso a Segunda ya no nos salva ni el Apóstol. Y, francamente, cuesta imaginar al laico Zapatero peregrinando a Santiago para impetrar sus favores...

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