A partir de la idea de que la estrategia que utilizan se basa en el viejo modelo de la agit/prop -aquello de que la agitación que se causa es propaganda para darse a conocer y reclutar adeptos-, y por tanto de que informar de lo que hacen implica el riesgo de facilitarles la tarea, parece llegado el tiempo de tomarse más en serio a los grupúsculos violentos gallegos. Y por tanto, de cambiar la táctica de tenerlos por una anécdota desagradable y exigir a quien corresponda que -con la ley en la mano- ponga manos a la obra de acabar con ellos de una vez.

Eso no sólo es algo que va de suyo en un Estado de Derecho, en el que no ha lugar para la dialéctica de las bombas -sea cual fuere su potencia-, sino que corresponde afrontar a la autoridad democrática desde el momento mismo en que aparece. Porque va de suyo en un Estado de Derecho y porque cualquier retraso en la reacción no hará sino hacer creer a quienes ejercen acciones violentas que ése es el camino del éxito para sus teorías y que cuanto más agiten más propaganda obtendrán, más simpatizantes se unirán a su estela y, además, casi gratis.

No se trata, conste, de alarmar sin necesidad o de solicitar medidas excepcionales: seguramente resultará cierto que excederse en el remedio puede ser peor que la enfermedad. Pero si es verdad que las prisas son malas consejeras, también lo es que las demoras excesivas acaban muchas veces provocando efectos colaterales indeseables. Y para quien lo dude puede ser útil recordar la opinión de algunos expertos según la cual en la última huelga de camioneros, los dos primeros días de ausencia policial influyeron decisivamente en la dureza posterior de los incidentes.

En este punto procede matizar que quienes atacan material de obras públicas o ponen bombas -aunque sean de menor cuantía- en oficinas inmobiliarias no son ETA y que por tanto la respuesta no puede ni debe plantearse como si lo fueran. Pero, dicho eso, no estorbará insistir en que un artefacto explosivo puede matar aunque no sea ésa la intención primera de quien lo fabrica, y cuando hay una muerte por violencia casi todos los análisis anteriores se vuelven inútiles cuando no perjudiciales. Por tanto, en esto como en todo más vale prevenir que lamentar.

Y algo más todavía: el factor de propaganda que suelen buscar estos profetas de la cloratita resulta, en estas vísperas del 25 de julio, especialmente apetitoso. Para ellos y para sus parientes: de hecho ya intentaron, unos y otros, utilizar la festividad como caja de resonancia para sus desnortadas prédicas, y por lo tanto la prevención, ahora, no es solo prudencia: es ya necesidad.

¿Eh...?