Apenas tres años después de que el monarca Don Manuel dejase de reinar en Galicia, su nombre -Manuel- ha pasado a ser el favorito entre los muchos que los vecinos de este país eligen para bautizar a sus vástagos. Al menos desde el punto de vista onomástico, el ya extinto régimen de Fraga sigue siendo un reino de manolos.

Manuel es, en efecto, el nombre mayoritariamente preferido por los padres galaicos a la hora de cristianar a sus hijos, si hemos de creer a las cuentas que echa cada año el Instituto Nacional de Estadística. Y ni siquiera se trata de una excepción. Inesperadamente conservadores, los jóvenes en edad de procrear eligen como segunda y tercera alternativa al clásico Manuel los no menos tradicionales nombres de José y Antonio.

Atrás quedan, por lo que se ve, los tiempos en que creíamos que este país iba camino de constituirse en una república latinoamericana poblada de Jonathans, Vanessas, Jessicas y Kevines. Milagrosamente, el clasicismo ha derrotado a la influencia de las telenovelas hasta el punto de que los manolos, los josés y los antonios de toda la vida ocupen ahora mismo los tres primeros puestos del hit parade de la onomástica en Galicia. A lo que habría agregar el dato no menos sorprendente de que el clásico María del Carmen sea -según el INE- el nombre preferido por los padres gallegos a la hora de escoger una denominación de origen para sus hijas.

Nada resulta más tentador que imputar el creciente número de manueles en el Registro Civil a la popularidad de Manolo el del Bombo; pero antes de sacar conclusiones precipitadas convendría tener en cuenta que el arqueo del Instituto Nacional de Estadística es anterior al triunfo de la selección española en la Eurocopa.

Tampoco parece razonable acudir a los legajos históricos para recordar que en el Madrid de 1808 se conocía por el nombre de "manolos" y "manolas" a los protagonistas -y a menudo víctimas- de la insurrección del pueblo de la capital de España contra los franceses. Aunque estemos en el 200º aniversario de aquella gesta, resultaría un tanto aventurado pensar que a estas alturas del tercer milenio los jóvenes padres -tan ayunos de Historia- encontrasen inspiración en los manolos de comienzos del siglo XIX para dar nombre a sus hijos.

Si acaso, la reciente moda de los manueles habría que atribuírsela en Galicia a la influencia de Don Manuel, aunque tampoco esta hipótesis sea del todo convincente. Por muchos votos y devotos que haya tenido Fraga durante su larga dinastía de quince años, resultaría algo abusivo pensar que los papás gallegos (mayormente progresistas por razones de edad) estén por la labor de honrar a título póstumo al ex monarca propinándole su nombre de pila a la descendencia.

La explicación a este neoconservadurismo en materia de nombres habría que buscarla más bien en los ciclos típicos de la Historia, que ahora nos devuelven a la década de los cincuenta del pasado siglo XX. Si en el campo de la onomástica volvemos a los nombres de aquellos tiempos -Manuel, José, Antonio, Maricarmen-, también la crisis de la economía amenaza con retrotraernos a los antigua época del botijo (aunque malo será que el desastre llegue hasta ese punto).

Como quiera que sea, todo apunta a que atravesamos un momento de revival propicio para las nostalgias. Hace -o más exactamente, hacía- ya cuatro décadas que la selección española de fútbol no ganaba un campeonato; y otras tantas desde que Santana conquistara el título de tenis de Wimbledon que acaba de revalidar Nadal.

No ha de ser casualidad que Santana se llamase Manuel, como la mayoría de los rapaces que hoy encabezan con ese nombre el ranking onomástico del país. Siquiera sea en el modesto ámbito del Registro Civil, Don Manuel y los manolos en general vuelven a reinar en Galicia. Y eso que no contamos a Manolo Escobar, rey de la tele autonómica.

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