El fin de semana celebra el PSOE congreso ordinario en un clima interno de extraordinaria tranquilidad garantizada por el axioma de que los militantes en Congreso no pueden modificar lo que los ciudadanos han convalidado en las urnas. ¿Por qué celebrar un congreso y no conformarse con el mandato de los electores? ¿Se trata de dar lustre a decisiones adoptadas personalmente por el secretario general del PSOE? Sin conocimiento previo de la lista de la nueva ejecutiva -en la que se espera una renovación de por lo menos el cincuenta por ciento- y sin posibilidad de que las enmiendas modifiquen lo contenido en el programa electoral, la pregunta obligada es ¿para que sirve ese congreso?

La quietud y el control interno contrastan con la situación del Gobierno, cuestionado en todas las encuestas demoscópicas. Si el "pulsímetro" de la SER da por sentado que Mariano Rajoy ha superado en popularidad al presidente del Gobierno, ¿qué se supone que está ocurriendo a lo que es ajeno el congreso del partido? ¿La satisfacción por la victoria electoral es una garantía de futuro? Pregonar que la directiva europea sobre emigración es progresista no garantiza que el aserto sea cierto. Con una crisis económica no reconocida pero que socava en bolsillo de los españoles, sin capacidad de formular renovaciones doctrinarias e ideológicas, los socialistas se disponen a asistir a un cónclave en el que José Luis Rodríguez Zapatero dispone de los poderes de un emperador pero amenazados por la opinión de los ciudadanos que se distancian del voto que emitieron hace apenas cien días hasta el punto de que a pesar de la crisis del PP el diagnóstico es de empate técnico.

La política está en vía muerta cuando el congreso de la única fuerza de izquierda española carece de capacidad de modificar su discurso, su programa y su ideología. La única pasión de la democracia radica en la soberanía de sus integrantes; si estos no tienen capacidad de decisión, la democracia carece de sentido. Zapatero debiera revisar el modelo cesarista de su partido porque la unanimidad al final puede que no le sirva ni siquiera para perpetuarse en el poder.