El torero José Tomás, la gran figura del momento en opinión de muchos, ha sido cogido de cierta gravedad en su última actuación en Madrid. Hasta tres cornadas se llevó en la pierna derecha por derrotes de los dos mansos que le tocaron en suerte (ya es sabido que los toros cobardones tienen más peligro que los que embisten con bravura). Pero ese percance no le impidió continuar la lidia y estoquear a sus enemigos entre el delirio de un público que en algún momento temió verlo morir en la plaza. Cortó tres orejas y al finalizar su faena al quinto de la tarde se fue camino de la enfermería, renqueando y con el traje de luces manchado de sangre. La gente, en la grada, no se cansaba de gritar y de aplaudir porque la emoción que provoca el espectáculo del riesgo ajeno tiene una intensidad especial que nos sumerge en un estado cercano al éxtasis. Sobre todo -cosa curiosa- si el que se arriesga ha cobrado bastante por ello y el que lo contempla ha pagado una entrada. (En la introducción a su libro "La Claridad del toreo" el escritor español José Bergamín hace una cita de Jean Paul Sartre en la que este dice que ``lo que llamamos emoción es una caída brusca de la conciencia en lo mágico"). Filosofías aparte, lo que si resulta evidente es que José Tomás es un torero que transmite emoción, al decir de los que lo han visto actuar. Que no son muchos, porque el diestro madrileño no permite que se televisen las corridas en las que participa, quizás ante el temor de que las imágenes transmitidas electrónicamente desvirtúen la magia que él es capaz de crear dentro de la plaza. Pese a todo, los taurinos discrepan entre si a la hora de definir el fenómeno.Unos consideran que es el máximo exponente del llamado "arte de Cuchares" desde hace varias generaciones, y otros, sin dejar de reconocer el mérito de un valor temerario, le niegan las condiciones técnicas y el dominio de las suertes que acreditan a un auténtico maestro. (De hecho ya ha sufrido varias cogidas gravísimas, aunque eso no significa nada porque hasta los que más sabían, como Joselito, del que decía el ganadero don Eduardo Miura que lo "había parido una vaca," murieron de una cornada). Aun no he podido ver en directo a José Tomás y sólo puedo juzgarlo por unas breves imágenes que sacó de internet un querido colega, muy devoto suyo. La primera impresión es que no se trata del clásico torero tremendista; es decir, aquel que se arrima a cuerno pasado para mancharse de sangre la taleguilla, se pone de lado más que de frente, y usa toda clase de trucos efectistas para dar una falsa impresión de peligro. Desde que Pepe Hillo y Paquiro escribieron sus dos tratados prácticos sobre tauromaquia, todos los interesados en estas cosas podemos saber que hay un terreno para el toro y otro para el torero. Y la habilidad del lidiador consiste en respetarlos, darle salida a la res hacia su querencia natural, y advertir los cambios de comportamiento que va sufriendo a lo largo de la faena. El que se mete en el terreno del toro para provocar la embestida, ya sabe que puede salir empitonado. Más o menos corre el mismo riesgo que el conductor de un vehículo que invade el carril contrario cuando viene otro coche de frente.