Aunque muy pocos se acuerden y casi nadie lo sepa resulta que en los primeros días de julio, es decir, ya mismo, el PSOE va a celebrar su Congreso. La única sentencia al respecto es la dicha por José Blanco, que ya ha advertido que mientras ellos convocan esta cita para hablar de los problemas de los ciudadanos, el PP lo hace para salir de la refriega en la que se ha metido. ¡Cuánta placidez se respira en el PSOE¡ ¡Qué elevada tienen su autoestima¡, ¡Qué seguros se sienten de sí mismos¡.

Cuando uno acumula triunfos, se le puede pedir cualquier cosa menos que le de por la manía de autoflagelarse. Los resultados electorales necesariamente dan seguridad y generan un clima de satisfacción y entrega al líder difícil de soslayar. Es natural, pues, la tranquilidad, pero no deja de tener sus riesgos mirarse todos los días al espejo y verse guapísimo.

El Presidente ya dijo que habría cambios, indicando al mismo tiempo algo muy cierto: José Blanco "me resulta imprescindible". ¿A qué cambios se refiere el jefe del Ejecutivo? No los ha adelantado, pero hará lo que quiera y como quiera, que para eso es el jefe que hace cuatro años les sacó del desierto. Sin embargo, no deja de sorprender que un gran partido como es el PSOE que, durante décadas, se ha caracterizado por discursos diversos pero convergentes y todos ellos potentes, protagonizados por personas con peso propio, ahora esté envuelto en el velo de la unanimidad o, cuando menos, de la conformidad silenciosa y absoluta.

Poco a poco, el PSOE es Zapatero y su acervo doctrinal, su discurso; ese discurso que ha gustado a los ciudadanos, compuesto por vocablos contados y que tiene la habilidad de aplicar a cualquier circunstancia y en cualquier momento. Bien está apostar por la paz y el desarrollo sostenible. Imposible no compartir la preocupación por la pobreza y el hambre en el mundo. Pero qué chocante resulta declararse antinuclear mientras esa denostada fuente de energía pueda comprarse a Francia o a Marruecos y quedarse ahí como si el futuro estuviera escrito. Cuánto riesgo tiene ser de León de toda la vida y pasear de manera permanente el discurso de las identidades sin tener en cuenta las expectativas que genera y cuánto pavor destila el discurso oficial socialista a resultar antipático.

Jesús Caldera viaja por Europa para saber de qué van las fundaciones progresistas. Quiere el socialismo español ser el referente del socialismo europeo, convertirse en una máquina de ideas en la que sus compañeros europeos puedan mirarse. En la izquierda española hay muy buenas cabezas, gentes con capacidad sobrada para elaborar doctrina, capaces de resultar antipáticos, como quedó bien demostrado a lo largo de los años que en España gobernó el PSOE. Queda, como se ha visto a lo largo de esta semana, Alfredo Pérez Rubalcaba. Otros, como Solbes, ha entrado en "el discurso" y de crisis nada de nada.

Lo dicho. Aunque algunos lo recuerden y muy pocos lo sepan, después del Congreso del PP, viene el del PSOE. Pero es como si no.