No todo el mundo se cree la propaganda oficial, por mucho que sea difundida de forma masiva e insidiosa. Por ejemplo, un catedrático norteamericano de la universidad de Ohio, John Mueller, sostiene la tesis de que Estados Unidos exagera deliberadamente la amenaza del llamado terrorismo de origen islámico. Un terrorismo que estaría dirigido por Al Qaeda, organización fantasmal y misteriosa liderada por un fanático llamado Bin Laden, millonario excéntrico de origen saudí que vive en una cueva ilocalizable de Asia central. El señor Mueller no sólo se ha tomado la molestia de estudiar detenidamente este fenómeno, sino que ha leído casi todo lo que se ha publicado sobre él. Y cita entre sus fuentes a otros expertos en la materia como Marc Sageman, profesor de la Universidad de Pennsylvania y antiguo miembro de los servicios secretos norteamericanos. Según Sagemann, la organización llamada Al Qaeda se divide en tres grupos. El primero de ellos podría estar formados por los restos de los grupos que combatieron contra las tropas soviéticas en Afganistán (por cierto con generoso apoyo económico de Estados Unidos y de Arabia Saudita) durante los años ochenta. Y el segundo, por militantes entrenados bajo el régimen de los talibanes durante la década de los noventa. Entre unos y otros no pasarán de las ciento cincuenta personas. El tercero de los grupos, el más numeroso, estaría integrado por cientos, quizás miles, de simpatizantes repartidos por todo el mundo que se relacionan por medio de internet, un sistema de comunicación no demasiado difícil de penetrar por un servicio de inteligencia medianamente organizado. Ni que decir tiene que ciento cincuenta veteranos de la guerrilla y varios cientos de aficionados al parloteo electrónico y a las fantasías orientales no deberían constituir una amenaza seria contra una super-potencia mundial. Si no lo fue la desaparecida Unión Soviética, que disponía de un arsenal nuclear equivalente, mal lo puede ser un ejercito de desarrapados, por mucho que quieran convencernos de ello. Pero, lo que más sorprende al catedrático norteamericano es que, durante todos estos años, y pese al mucho dinero invertido en la investigación, no ha sido posible encontrar una sola célula auténtica de Al Qaeda en el interior de los Estados Unidos. Teóricamente el objetivo principal de los terroristas. A esa entidad, gaseosa y evanescente, se le han atribuido -sin ninguna evidencia judicial seria- grandes atentados, entre otros ,el del 11-S en Nueva York y el del 11- M en Madrid. No sabemos ahora, ni posiblemente lo sepamos nunca, lo que hay de cierto en todo ello. Lo que sí parece lógico deducir es que, una vez declarada, por el gobierno de Bush, la "guerra duradera contra el terrorismo global", debe de producirse de cuando en cuando algún acto terrorista que la justifique. Y a ser posible en algún lugar de interés estratégico para quienes dirigen esa campaña militar. Al Qaeda estuvo en Afganistán, lugar de paso obligado para el gas y el petróleo de Asia central; después, en Irak, que es el centro de la bolsa de crudo más rentable y accesible tras la de Arabia Saudita; y ahora se ha ido a vivir a África, un continente rico en materias primas, aunque exporta pobres a Europa. Que casualidad.