Cuando se habla de la necesidad de apretarse el cinturón, ya sean tiempos de crisis o de bonanza, cada cual piensa en otro, pero hay muchos que no tienen cinturón que apretar y otros a los que de tanto apretárselo ya no les quedan ojales. Cuando esto pasa, los trabajadores se echan mano a la cartera, y con razón, pero los que se declaran en huelga son algunos patronos, que eso y no otra cosa son buena parte de los que, fuera de la ley, alborotan ahora. Los políticos y los empresarios dan por supuesto que para detener la inflación hay que detener los salarios, pero los asalariados van al mercado, pagan, y se llevan a sus casas unos kilos de inflación que poner al fuego. Menos mal que no parece que esté el gobierno por esas, si se atiende a lo que ayer Zapatero respondió en el Senado al portavoz del PP. Mientras, las tiendas de lujo no sufren sobresaltos y sus clientes asumen la subida de los precios sin temor a la inflación. Todo lo contrario: comprando prendas caras contribuyen al escaso crecimiento. Pero los pobres asalariados, que dan lustre a la correa del cinturón de los bancos, esperan, por ejemplo, que los partidos políticos se aprieten el cinturón, aunque la crisis no se remedie sólo con eso. Y ya se sabe que al PP le sobran tribulaciones como para pedirle además que evite las alegrías en su próximo Congreso y ofrezca un ejemplo de cinturón apretadito a los otros partidos. Pero si Mariano Rajoy así lo hiciera estaría en mejores condiciones para exigir al gobierno que se apriete el cinturón, como ha hecho el pasado fin de semana, con mucha razón, y para controlar que efectivamente el presidente y los ministros se lo aprietan. Y gobierno y oposición, podrían decidir ahorrar juntos en el Congreso, apretarse el cinturón común y, de no reformar el Senado, proceder a su cierre con el argumento de la crisis. O reflexionar en amor y compañía sobre el sentido que tienen las diputaciones provinciales en el caso de que no las justifique otra cosa que mantener cargos a repartir entre los suyos. Y luego está el cinturón de los gobiernos autonómicos, porque el asalariado que se aprieta el cinturón y suspende bodas, bautizos y comuniones familiares supongo que esperará que su gobierno cercano haga lo propio con sus saraos. Especialmente cuando lo suntuario se traga tanto presupuesto que obliga a los hospitales a no pagar a sus proveedores y a los profesores a dar clases en barracones. La crisis es una oportunidad de oro para que la corrupción no encuentre clientela y para que la elegancia de la sobriedad sustituya a la horterada de los manirrotos públicos, pero también para que la España de las Autonomías deje de ser en algunos casos la España del despilfarro. Ahora, que hasta el PP y el PSOE consiguen una insólita y plausible unidad en el Congreso para exigir al gobierno que afronte la subida del precio de los crudos, convendría que las fuerzas políticas, juntas o por separado, advirtieran a los gobiernos autónomos, que llame como llame Zapatero a lo que ocurre, vea como vea Solbes este tiempo, hemos entrado en época de vacas flacas. Que es de lo que son conscientes algunos huelguistas del transporte que en tiempos de vacas gordas se olvidan de reciclarse.