Así que, ratificado el desinterés, cuando no incluso la hostilidad, de la señora ministra de Fomento hacia algunas de las cosas que a Galicia le son decisivas, lo único que ha de preocupar en este país es qué hacer para evitarlo. O sea, las respuestas, que no han de ser sólo verbales en ese griterío con que tradicionalmente se acogen en este lado del Padornelo o de Pedrafita los desmanes que en el otro se deciden. Y como ya no es tiempo de alborotar y luego nada -que quizá por eso, porque sólo se hace eso, es por lo que pasa lo que pasa- habrá que moverse.

Así las cosas, habrá que escoger con cuidado hacia dónde ir, y no parece excesivo recordar que una ministra no es más que peón en el gobierno al que pertenece, y por lo tanto la exigencia de remedios ha de hacerse al que manda. Porque aparte las tropelías verbales de Alvarez , están los hechos y las omisiones y unos y otras han de reclamarse a quien corresponde, que es el señor presidente Zapatero como garante de compromisos y obligaciones. Y todo lo demás es, sólo, un intento de disimular dónde esta el quid para no deteriorar la imagen del líder

Y después está la Xunta, claro. que confiada .y a la vista de los indicios, bobalicona, se ha limitado a aceptar sin más el rollo que ha repetido Fomento. Y una de dos: o ha sido víctima o ha sido cómplice, y por tanto no puede ahora dedicarse a matizar o a tirarle a Madrid pellizcos de monja. o, como en otras ocasiones, endosarle la culpa a otros: en esta ocasión no le sirve ni le tapa. A estas horas, don Emilio Pérez Touriño tendría que estar en Moncloa para poner los puntos sobre las íes, como en su momento lo estuvo el presidente de la Generalitat catalana.

Dicho todo eso, y mucho más que podría añadirse como respuesta -incluyendo algún gesto de dignidad política en quienes condicionaron sus decisiones al cumplimento de exigencias que ahora se demuestran falsas o fallidas- hay algo que parece claro: este aldraxe sólo podrá corregirse con la unidad de los ciudadanos para presionar a los partidos y que se recupere un consenso que unos por interés y otros por miseria dejaron que se fuese a hacer puñetas. Y si hay que plantarse, por decenas de miles, ante las Cortes, pues a ello: trenes, aunque malos todavía quedan.

Sus señorías -las de aquí y las de allá- debieran meditar bien lo que está en juego y echar mano de lo que les quede de sentido común para entender que esto de ahora no es otro episodio de rivalidad que se puede usar para el mezquino juego de sumar o restar votos: es un asunto de país. Y de hastío: la gente, la calle, está harta de ver cómo otros tienen lo que aquí se niega, y eso pasará factura.

¿O no...?