Recientemente, hubo en los Estados Unidos un movimiento de protesta de los guionistas de cine y de televisión en demanda de mejores salarios y condiciones de trabajo, así como del reconocimiento social de la importancia de ese oficio dentro de la industria audiovisual. En ese mundo -como en cualquier otro- hay un orden jerárquico perfectamente establecido. Primero están los productores que invierten su dinero ante la perspectiva de pringües beneficios; después, los directores encargados de concretar en imágenes la historia que ha de entretener al público; acto seguido, los actores que van a encarnar a los personajes de la ficción (a ser posible muy guapos y dotados de magnetismo personal); y, por último, los guionistas que imaginarán diálogos y situaciones. En la novela, en el teatro, y en el crimen organizado la preeminencia del autor intelectual no se discute, pero en la industria llamada cultural su papel, aun con ser decisivo, es menor, más discreto y mucho peor pagado que el del resto de los eslabones de la cadena de producción. Y en los tiempos que corren esa subordinación jerárquica es aun mayor. Ya no existen, en Holly- wood, ni en ninguna otra factoría de imágenes, aquellos guionistas que a su vez eran grandes escritores, como fueron Ben Hecht o John Steinbeck, por nombrar a dos de los más eminentes. El guión que escribió el último de los citados para la película "¡Viva Zapata!", que dirigió Elia Kazan e interpretó Marlon Brando, es una obra maestra del diálogo y de la concisión dramática, y requirió de una intensa tarea previa de documentación y análisis sobre aquel personaje histórico de la revolución mexicana. Viene a cuento esta introducción porque en España tenemos una situación parecida, y hay unos guionistas de la agitación social y mediática que reclaman un papel preponderante en la solución de la llamada crisis de liderazgo del Partido Popular. Se trata (ya lo habrán adivinado) de los señores Ramírez, director de El Mundo, y del señor Losantos, locutor de un programa de la COPE, la emisora propiedad del episcopado español. Estos dos ciudadanos han venido escribiendo durante cuatro años el guión de casi todas las actuaciones políticas de la oposición al gobierno. Y el señor Rajoy, que más que el actor principal parecía la estrella invitada de la película, se limitó a recitar ese libreto, que contenía pasajes delirantes sobre supuestas tramas conspirativas entre el gobierno, los jueces, los policías, los terroristas islámicos, los terroristas vascos, y misteriosos servicios secretos extranjeros. Todo ello en el horizonte de una inminente ruptura de la unidad nacional y de la quiebra y desaparición del Estado. El espectáculo, servido por entregas como los seriales, entretuvo a cierta clase de público partidario de las emociones fuertes, pero al llegar las elecciones el llamado "malo" le ganó por poco al llamado "bueno" ante la decepción de sus partidarios. Ahora, el señor Rajoy quiere cambiar ese guión plagado de truculencias por otro más amable que atraiga a una masa de espectadores más amplia, y los guionistas se han enfadado y lo cubren de insultos casi a diario. Lo que falta por saber es si los guionistas actúan por su cuenta o por encargo de otros. En el primero de los supuestos acabarán en la calle (es un decir porque ya tienen bien forrado el riñón). Y en el segundo dulcificaran el tono y harán los oportunos cambios en los diálogos. Así es el negocio.