Robert Capa, célebre autor de algunas de las imágenes más impactantes de la Guerra Civil española, estaba de vacaciones en Japón cuando la revista Life le pidió que fuese a cubrir la guerra de Indochina. Corría el año 1954. El 25 de mayo, mientras acompañaba a tropas francesas a través de una zona boscosa, pisó una mina y murió. Casi dos años después, a primeros de enero de 1956, su hermano Cornell, también fotógrafo, fue llamado por Life para que se desplazase urgentemente a un remoto río del Alto Amazonas, el Curaray, donde un grupo de misioneros estadounidenses había sido alanceado hasta la muerte por la tribu de los waoranis. Cornell llegó con el tiempo justo para fotografiar algunos de los cadáveres en la orilla donde los mataron. Envuelto en una de las lanzas que le desenclavaron al cadáver de Nate Saint, uno de los fallecidos, había un folleto bíblico que los misioneros habían dejado caer desde su avioneta en los días previos. Hundida en la orilla encontraron también su cámara, cuya película pudo revelarse después. En la última foto aparecía una muchacha de la tribu, a la que habían llamado Dalila, sosteniendo unos regalos y un vaso de cartón con limonada. Fue la última prueba del abismo cultural existente entre los evangelizadores y los waoranis, para quienes de nada habían servido las dádivas ni las zalamerías de aquellos invasores. La noticia de la matanza recorrió el mundo y puso de moda desde entonces la información sobre las últimas tribus no contactadas -como se dice en términos antropológicos- que quedaban aún en el inmenso vergel amazónico. Y comenzó la caza del salvaje. Se incrementó la troupe de madereros, aventureros y curiosos de todo pelaje, más los narcotraficantes de los últimos años. Y, en medio de todos ellos, gente como Wade Davis, formado en Harvard con Richard Evans Schultes, sin duda el mayor explorador amazónico y el más eminente etnobotánico del siglo XX. Davis, autor del monumental y hermosísimo El Río (Pre-Textos), vivió con los waoranis en los setenta para estudiar su cosmología, sus costumbres, sus hierbas alucinógenas y medicinales o el terrible ciclo de violencia intertribal en el que vivían. Todo seguía milagrosamente intocado, pero ya se intuía la amenaza exterior cerniéndose sobre ellos como una espada de Damocles. Pasó el tiempo. El pasado 2 de mayo, una avioneta que sobrevolaba el Amazonas descubrió por casualidad una de las últimas tribus no contactadas. En las fotos que hicieron desde el aire, tres hombres con taparrabos y los rostros pintados de rojo les disparan flechas. Pura fragilidad. Pocos días después moría un anciano Cornell Capa en su domicilio de Manhattan, sin tiempo para ver esas imágenes que acaban de hacerse públicas. De haberlo hecho, sin duda se acordaría de aquellos misioneros del Curaray, y de la virgen violencia waorani que acabó con ellos. Tan distinta de la que retrató en España, e hizo volar por los aires, a su hermano Robert. Tan distinta de la que rige el mundo contra el cual esos tres hombres de rostro rojo, inútilmente, disparan.