Uno, al ver las controversias políticas que se montan y nos montan, se debate entre la perplejidad y las ganas de alejarse. Misión imposible cuando se es cronista político y cuando vives de mirar las peripecias, trapisondas y saltos en el vacío que da nuestra clase política. Mi última sorpresa en el "culebrón del PP" ha sido escuchar a Manuel Fraga decir que Esperanza Aguirre debería "callarse de una vez", remedando la admonición del Rey a Manuel Chávez en la "cumbre" iberoamericana de Santiago de Chile.

Claro que no es lo mismo una cosa que otra. Chávez es un bocón que boicoteaba una cumbre de jefes de Estado. Aguirre es miembro de un partido político, a nivel de dirigente, y creo, aunque a mí no siempre me guste, desde luego, lo que dice, que tiene perfecto derecho a expresarlo. Por eso, pudo responder, con su natural desparpajo que a ella no le gustan las mordazas. Tiene razón: Fraga, buen conocedor de la política británica, debería haber asimilado la frase del ministro inglés, según la cual "yo, que aborrezco las ideas de usted, daría la vida para que usted pueda seguir defendiéndolas libremente".

Y conste que pienso que muchas de las cosas que se están diciendo constituyen peldaños para una escalada en una lucha por el poder, y que nada de ideología ni de constructivo hay en esta controversia. Si tiene que haber lucha contra la línea oficialmente defendida hasta el 8 de marzo en un partido que cuenta con diez millones y medio de votos y setecientos veinte mil militantes, que la haya. Lástima. Pero, al menos, que sea sin mordazas. En eso, tiene razón la aguerrida Aguirre.