Así pues, confirmado por su presidente el nuevo gobierno de España, y respetando como no puede ser de otro modo su legítimo y exclusivo derecho a elegir a quienes lo integran, no habrá de molestar que se diga que no ha levantado en Galicia oleadas de entusiasmo, precisamente. Y no ya sólo porque la señora Álvarez sigue en Fomento, que en sí es muy mala noticia para este país, sino porque en las grandes áreas de dinamización hay un peso territorial que no es a poco que se mire bien, el del Noroeste.

Los exégetas del mester de oficialía se han apresurado a subrayar el dato de que tres gallegos son los que se sientan en el Consello y a deducir de él algo así como que Galicia obtuvo un premio considerable en la tómbola de La Moncloa. Y la verdad es que no: con todo respeto para quien piense distinto, la más importante figura de los gallegos que hay en la estructura del PSOE, que es don José Blanco, se ha quedado fuera, y los que está dentro suman liviano, por no decir sencillamente que apenas suman algo. Siempre en términos políticos, por supuesto.

Es cierto, y además medible, que esto que se dice aparenta chocar con el hecho de que a la señora Espinosa se le han reforzado competencias, y a las que tenía, con otra nomenclatura, le añadieron Medio Ambiente. Eso, a vista de pájaro, parece algo alentador, ma/non/troppo, al menos en lo que a este país se refiere; aquí, en lo que podría haber ayudado mucho hasta ahora -agricultura y pesca- no lo hizo, y en lo que podría ayudar a partir de ahora con su nuevo look ministerial, le hará bastante más falta a otros que a los gallegos, y si no al tiempo.

En cuanto a los otros ministros con denominación de origen Galicia, una de ellas, la señora Salhado -que sólo es gallega de nación: de vocación, madrileña- repite en el mando de las transferencias, y en ese campo lo que hizo se lo podía haber ahorrado: ahí están las hemerotecas que lo demuestran. El otro, don César Antonio Molina, ya dejó muy claro con su actitud ante la Cidade da Cultura lo que se puede esperar de él: ni una mala palabra y ni una buena acción, lo que quizá le resulte útil al PSOE cara a 2009, pero fastidiará mucho al Bloque y, de paso, a bastante más gente.

Algunos observadores incisivos pueden pensar, y hasta replicar, que el panorama que se pinta es demasiado negativo, y que hay razones para suponer que el porvenir no será tan oscuro como podría deducirse de lo expuesto. Y desde luego es posible que algo haya de pesimismo en demasía, y que eso sea provocado por el disgusto de que el PSdeG no haya sido capaz de convencer a Moncloa para que dejase fuera a la maléfica doña Magdalena, pero aún así el balance de los tres gallegos no da ni mucho menos como para bailar y tirar cohetes en una verbena.

Y es que puede que, al final, tenga razón Murphy y todo lo susceptible de empeorar, empeora. ¿O no?