Dios a un lado, somos parte de un universo que estalló -¡Big, Bang! - hace 15.000 millones de años y se dispersó en pequeños grumos llamados galaxias, de las que existen cuando menos mil millones.Cada una de estas galaxias es un pequeño universo en sí mismo con cientos de millones de estrellas como el Sol. A su vez, nuestro sistema solar es un diminuto punto a escala galáctica alrededor del cual gira como mero comparsa un planeta llamado Tierra que no llega a ser ni una espinilla del Universo.

-Sí, pero tiene la singularidad nada despreciable de poseer vida.

Cierto, y que se sepa, aunque sea una espinilla es el único lugar del Universo donde hay exuberantes selvas, plantas que dan flores de todos los colores, aves que surcan el cielo, termiteros con poblaciones de cuantía inalcanzable, mantis religiosas que devoran a sus machos tras la cópula o mamíferos como el hombre cuyas hembras amamantan a sus crías y es la principal especie depredadora de esta espinilla, capaz de las acciones más sublimes y de las bajezas más inmundas, de amarse, odiarse, salvarse o matarse unos a otros, y tan extraños que son capaces de acumular inmensas fortunas y justificarlas con proclamas como la libertad (de mercado, claro) aunque otros congéneres se mueran de hambre entre sus pantorrillas.

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Rebobinemos. La Tierra es un planeta pequeño, una espinilla del Universo sobre la que, si aplicas un microscopio atómico aún puedes ver microespacios como España en los que ocurren cosas imposibles como que un Gobierno democrático haya querido negociar con una pandilla de necios asesinos simplemente porque matan. O nanoespacios como Galicia en los que hay gente que discrepa por construir junto al mar o en cercanías, por suprimir o legalizar burdeles, por promover viviendas oficiales o dejar al mercado que actúe libremente con su misión salvífica para los pobres, según dicen.

-Pero si discuten hasta por rotular obligatoriamente en gallego los comercios o dejar en libertad lingüística a sus propietarios ¡Qué riqueza, la de esa nanoespinilla...

-Es que está en ella el hombre, un mamífero insolvente pero que habla, tiene capacidad para construir metáforas y una memoria que le lleva a buscar su identidad entre el barullo de identidades superpuestas. A inventarla, si menester fuera. Y sabe que perder una lengua es perder una forma más de vida.

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Visto desde atrás del microscopio por un ser de otra galaxia se observaría con asombro todo este bullicio que es la vida, desde ese termitero en el que las hormigas exhiben una profunda especialización social, sexual y del trabajo hasta esa gran familia humana mal avenida organizada por castas y estructuras jerárquicas en base a un señuelo llamado democracia. Pero es hermoso cómo fluye la vida aún en este nanoespacio del microespacio, su riqueza de propuestas, y sensacional la capacidad cerebral para rellenar huecos informativos con confabulaciones e irrealidades, con tal de salvar una idea plausible. Y es que los límites entre lo real e imaginario son tenues, mon amour.