Un viajero que se aproxime a Madrid por cualquiera de los puntos cardinales podrá observar, desde bastantes kilómetros de distancia, cuatro edificios altísimos que apuntan al cielo con insolencia rompiendo la fachada exterior de la ciudad. Están muy próximos, casi juntos, y producen en el observador un extraño efecto visual, como si fueran cactus gigantescos plantados en una maceta, o unos calabacines de parecidas dimensiones puestos de pie. Arruinan totalmente la perspectiva y cualquier pintor que quisiera trasladar al lienzo los aledaños de la urbe, o esa zona fronteriza entre la calle y el campo, desistiría de hacerlo ante esa provocación fálica. En casa de mis padres había varios cuadros firmados por Julio Reyzabal, un artista que alcanzó gran notabilidad en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, en los que se recogía el paisaje madrileño visto desde algún lugar cercano a la cuesta de las Perdices. Hoy sería imposible de reproducir sin recoger esos cuatro abultamientos monstruosos. Por irónica casualidad, Reyzabal era hijo del propietario de la famosa torre Picasso, uno de los edificios más altos de la capital de España que fue pasto de las llamas hace unos pocos años. Pero si esos cuatro edificios son horrendos (en mi modesta opinión), no menos horrenda es la forma en que fueron concebidos y proyectados, porque son el resultado del pacto político que dio lugar a la recalificación de antigua la ciudad deportiva del Real Madrid, que pasó de zona verde a urbana residencial. La historia es conocida. El famoso club de fútbol estaba prácticamente en la ruina por los excesos financieros de sus dirigentes, acumulaba una deuda imposible de saldar por métodos normales, y don Florentino Pérez , entonces presidente, negocio con la comunidad de Madrid y con el ayuntamiento, dos entes gobernados por el PP, el cambio de uso. La maniobra especulativa permitió pagar a los acreedores, construir una nueva ciudad deportiva, y aun sobró dinero para continuar con el derroche de dinero en fichajes absurdos y el pago de contratos demenciales a "estrellas" como Raúl, que cobra al año más de dos mil millones de las antiguas pesetas. Todo ello para satisfacción de los millonarios del palco y del lumpen-proletariado que asiste al espectáculo cada quince días durante noventa minutos. Asombrosamente, el destrozo urbanístico que propició esa trapacería política no parece haber resuelto el problema y ahora leemos en los periódicos que el Real Madrid vuelve a estar arruinado. Al parecer, el presidente, señor Calderón, tuvo que pedir un crédito de 30 millones de euros para hacer frente a los pagos más acuciantes y las pérdidas se acumulan. El asunto tiene un curioso paralelismo con el mito de la torre de Babel, un relato que se repite en casi todas las culturas sobre una torre que debía acercar a los hombres al cielo. La divinidad, ofendida por tanta audacia, propició la confusión de las lenguas entre los constructores y el edificio se vino al suelo. El fallecido escritor e ingeniero Juan Benet dejó escrito un ensayo sobre aquel proceso y llegaba a la conclusión de que un edificio bien planificado y solidamente construido no puede derrumbarse por un simple problema de comunicación y lenguaje. Se ve que en el Real Madrid sobra ambición y faltan planos y sentido común.