¿Qué tienen en común Tony Blair, Nicolas Sarkozy y Esperanza Aguirre? Casi nada, dirán muchos. Pero, probablemente, si estuvieran en una misma sala, no se disgustarían al colgarles la etiqueta de "liberales". Es posible que coincidieran en defender un Estado con poco gasto (impuestos bajos y libertad para el sector privado) y con escasa intervención en la vida de los ciudadanos. En España, estas ideas son combatidas a izquierda y a derecha.

La izquierda tilda a los liberales de "egoístas e insolidarios": para proteger a los débiles, se necesitaría un Estado fuerte (repleto de funcionarios y recaudador de impuestos), que ponga a raya a los poderosos. Los liberales responden que el Estado de bienestar ha caído en una ineficiencia que, a veces, penaliza a los que trabajan y crean riqueza frente a los que trabajan poco o nada y hacen, del cobro de subsidios, una forma de vida. Además, no quieren imponer modelos en nombre de mundos ideales futuros: si un dogma no funciona, la culpa no es de la realidad, sino del dogma.

Desde la derecha, los liberales también tienen adversarios. Por ejemplo, la Iglesia, influyente en nuestros partidos conservadores y deseosa que los ciudadanos "no nos apartemos del buen camino", en términos morales. Tampoco hay que olvidar al alto funcionariado estatal (tradicionalmente, de derechas), intervencionista y, por tanto, contrario a iniciativas como la última de Sarkozy en Francia (que no renovará a uno de cada dos servidores públicos jubilados).

Quizá una definición ocurrente (pero certera) de qué es ser liberal la ha dicho un conocido economista catalán (Xavier Sala-i-Martín): que no me toquen la cartera... ni la bragueta. Con el personal que manda en España, no es extraño que dicho economista pase gran parte de su tiempo dando clases en EE UU, en lugar de vivir aquí.