Opinión
Las ciencias
Uno de los factores que más complica los problemas sociales es, al decir de los observadores, la posibilidad de que las partes que se enfrentan y que lo provocan estén asistidas de razón. Es probable que unos tengan más que otros, pero la frontera suele ser difusa y su fijación provoca aún más tensiones, que pueden llegar a nivel de estallido en el momento en que, además, chocan dos ciencias: la Economía Política y la Medicina, y ambas argumentan con datos en cierto modo relativos, pero ciertos.
Es el caso de la introducción del alcohol entre los productos que crean adicción -y por ello susceptibles de ser considerados droga- y, por tanto, prohibidos en la Ley que prepara la Xunta. Una inclusión que ha hecho saltar al sector de la vid, como ya lo hiciera el proyecto de la señora ministra Salgado, a pesar de que el texto trata de atenuar lo más posible el golpe que puede suponer para bebidas que, como el vino, contienen -en distinto grado, pero la contienen- la sustancia que la Medicina tiene por nociva y cuya ingesta desaconseja.
La protesta de los viticultores aduce hipótesis verosímiles, desde la incidencia negativa que en el nivel de vida de muchas familias gallegas puede tener la prohibición -o las restricciones-, hasta daños culturales, sociológicos e incluso históricos para el país. Y en la defensa del vino recuerdan que quienes lo consumen, en general, son gente madura, prudente y con sólida capacidad intelectual para marcar la frontera entre lo permisible y el exceso y quedarse en aquel territorio, sin exponerse a perniciosos efectos colaterales.
La Medicina, en cambio, insiste en la condición nociva del alcohol contenido en el vino y de los daños que a plazo provoca, además de lo arriesgado que resulta en este tipo de asuntos la cesión del control de la bebida a los bebedores. Dos de los invitados de FARO están a favor de la prohibición, y sus argumentos, sobre todo el del señor Pedreira, son difíciles de rebatir, lo que no quiere decir que carezca de razón cuanto replica el tercero. Por eso se citó la especial dificultad que surge en una cuestión como ésta cuando todos tienen algo de razón.
Claro que, por lo mismo, parece más probable en estos casos que de la discusión salga la luz y se llegue a un acuerdo incluso antes que en otros en teoría más fáciles. Dependerá de la inteligencia y de la flexibilidad de quienes buscan salidas, sobre todo si son capaces de entender que entre el derecho y el exceso hay un término medio y que por tanto hay que fabricar un margen para entenderse reforzando, por ejemplo, los elementos de control. Para que el beber vino sea un acto placentero, cultural, y no otra cosa bien diferente.
Y para eso está la política, por cierto: para buscar aquel margen, acaso donde lo veía Aristóteles -in medio virtus est- y actuar en consecuencia.
¿O no...?
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