Bastante bien lo ha hecho Mariano Rajoy, si se tiene en cuenta que todas las circunstancias le eran hostiles, empezando por muchos sectores de su propio partido. Parecía que el debate era en torno a él y no a la investidura de Zapatero. Los diputados populares, como siempre, lo aplaudieron a rabiar, a sabiendas de que la mitad o más lo hacían por pura disciplina.

Dentro de unas horas ya tendremos un cuadro de la repercusión del asunto en el mundo del PP, pero tengo la sospecha de que esto no ha gustado nada a los Federicos, que le habrán considerado blandito y pactista. En las dos horas de debate entre ambos protagonistas, no se nombró para nada al 11-M, al ácido bórico ni a la Kangoo, algo decepcionante pero positivo para el futuro inmediato. Rajoy lo tenía muy difícil y tuvo que comprometerse en las perspectivas de grandes pactos de Estado ofrecidas por Zapatero, lo que en principio haría vislumbrar una legislatura que no se parecería en nada a la anterior. Y además el tema dominante fue la economía.

Es positivo que se hablase de los grandes problemas del acontecer diario de los españoles, como el del agua, aunque sus diagnósticos fuesen contrapuestos, prueba de que ambos parecen decididos a alejarse de las ficciones diabólicas y a centrarse en la realidad de España. Por cierto, creo que fueron 59 las veces que el presidente y candidato mencionó este martes la palabra España. Rajoy estuvo demasiado a la defensiva, consecuencia quizá del síndrome que le habrá implantado Esperanza Aguirre con sus desplantes y desafíos. Zapatero no se aprovechó de los problemas internos de Rajoy y estuvo muy mandón y consciente de su poderío y de la debilidad del otro. No necesitaba hacer sangre.

Yo saco un balance positivo del encontronazo y aunque fue ganado claramente por Zapatero, tampoco puede decirse que para Rajoy fuese un fracaso horrible. Lo importante ahora es ver cómo afronta Rajoy las tormentas que pueden estar desencadenándose en su torno.