Aunque no sea necesario para ejercer de presidente del Gobierno, la Universidad de Santiago ha decidido exigir a sus alumnos el dominio del idioma inglés si quieren sacarse el título que los habilitará para ingresar en las listas del paro. Vamos a tener los mileuristas más cultos y políglotas de Europa.

Más de un pedagogo ya se confirmaría con que la Universidad -sea la vieja Fonseca o cualquier otra- garantizase a sus alumnos el aprendizaje del español y/o del gallego sin faltas de ortografía ni asaltos a la sintaxis; pero tampoco se trata de pedir virguerías a un sistema educativo tan deteriorado como el nuestro.

En realidad el proyecto de exigencia del inglés en la primera Universidad gallega se queda algo corto. Son ya numerosas las instituciones europeas de enseñanza superior -mayormente, en los países nórdicos- que alternan desde hace años la lengua del Imperio con la local para impartir algunos de sus cursos y disciplinas. Para ello cuentan, como es natural, con un profesorado que en su mayoría domina al menos una lengua extranjera: circunstancia que tal vez no se dé en el caso de las universidades españolas.

De ahí que el excelente empeño del claustro de Compostela vaya a topar acaso con ciertos problemas de logística. No es seguro, desde luego, que la venerable institución disponga de profesores capacitados en número bastante para abordar la tarea -más bien ingente- de hacer que hablen en fluido inglés las decenas de miles de estudiantes de su matrícula.

Para todo hay remedio, por fortuna. Ya el presidente Zapatero anunció semanas atrás que su Gobierno contratará a 20.000 profesores extranjeros además de sufragar cursos de aprendizaje en Gran Bretaña y Norteamérica a otros 20.000 docentes españoles, con el fin de que los chavales superen la elemental fase del "My Taylor is Rich" al terminar el bachillerato. Si todo sale bien, la idea consiste en que de aquí a diez años todos los bachilleres españoles sean bilingües -o en su caso, trilingües- con un grado de competencia en inglés similar al que demuestran con la Nintendo.

Es de suponer que las autoridades de la Universidad de Santiago hayan dispuesto alguna medida semejante, por más que su altísimo coste pueda obligar a la búsqueda de fuentes complementarias de financiación en los tiempos de crisis que se avecinan. Ese no ha de ser, en todo caso, un obstáculo insalvable si el Gobierno tiene en cuenta que, lejos de constituir un gasto, el dinero que se destina a la enseñanza debe ser considerado como una inversión de futuro.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, eso sí, algunas gentes quejicosas o meramente aprensivas han querido buscar contradicciones entre la obligatoriedad del inglés y la del gallego (pidiendo, por supuesto, la limitación de esta última). Parece una extraña obsesión, pero más grave aún que eso es que se trata de un error. Los investigadores que estudian este negociado de Babel coinciden, efectivamente, en que las personas bilingües -como, un suponer, los gallegos- demuestran mayor facilidad para aprender una tercera o cuarta lengua que las que sólo hablan un idioma.

Cuestión distinta es que el sistema de instrucción fracase imparcialmente a la hora de de enseñar el español, el inglés, el gallego o cualquier otro lenguaje, del mismo modo que falla con las matemáticas y otras disciplinas. Tal sugieren, al menos, las descorazonadoras conclusiones que el Informe Pisa ofrece sobre España.

Sólo es lástima que la decisión de universalizar el inglés en las universidades españolas -Santiago entre ellas- llegue un poco tarde para los presidentes de Gobierno. Salvo algún improbable milagro de Pentecostés, la tradición sugiere que seguirán acudiendo a las cumbres internacionales con cara de no enterarse de nada. Y no es cosa de mandarlos de vuelta a las aulas, claro.

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