Allá por el año 1973, don Álvaro Cunqueiro publicó en la desaparecida revista Destino un precioso artículo con el título "Petroleros a vela". Comenzaba rememorando los veraneos familiares en Foz y, de forma especial, su fascinación por los mercantes a vela, que él veía pasar desde las rocas que cerraban la pequeña playa. La mayoría de ellos eran barcos cormeños de dos palos que llevaban madera de puntal para las minas de Asturias. Cunqueiro contaba que un amigo de Luarca le había dicho, años más tarde, que en su pueblo se alegraban de la presencia de esos veleros porque era síntoma de que llegaba la primavera y con ella el tiempo propicio para la navegación. "Saludaban los asturianos a los cormeños -escribió- como los griegos de los días de Ulises las Pléyades propicias". Al niño, que luego fue famoso escritor, le gustaba alimentar su fantasía con el paso de aquellos pequeños veleros hasta que un día fue sorprendido con la aparición en el horizonte de un tres palos majestuoso que navegaba feliz con viento en popa del S.S.W y todos los árboles abiertos. Se subió junto a otros niños, a la más alta de las rocas, y no bajó de ellas hasta que el barco se perdió en la lejanía y en la noche mas allá del látigo de luz de Tapia de Casariego. "¡Debía de ser muy hermoso viajar con el viento!", reflexionó. El barco, le explicaron, era uno de los grandes veleros que todavía llevaban el trigo desde Australia a Inglaterra y muy pronto iban a ser sustituidos por los mercantes movidos a vapor. La oportunidad de la rememoración venía a cuento -escribía don Álvaro- de la aparición de una noticia en la que se daba cuenta de que sir Basil Greenhill, director del Museo Marítimo Nacional de Inglaterra, había lanzado la iniciativa de reconsiderar la navegación a vela, habida cuenta de los precios que estaba alcanzando el petróleo, de la escasez de sus reservas y de la contaminación que causaban los modernos navíos. El artículo causó un fuerte impacto emocional en mi familia porque su publicación vino a coincidir en el tiempo con la muerte de mi padre, que no sólo era natural de Corme sino también comprador habitual de aquella revista. Además se daba la curiosa circunstancia de que Cunqueiro citaba un barco, el San Antonio y Ánimas, que había sido propiedad de mi abuelo, y fue el más antiguo velero en activo en la navegación comercial española (Aún hoy en día un hermano mío tiene una barca de pesca deportiva en el puerto de Ferrol matriculada con ese nombre). Mi madre, que era natural de Luarca, guardó el artículo, lo recortó y después lo enmarcó para que no se dañase. Pienso en todo eso y en la fuerza que tiene la fantasía en la invención y en las buenas causas, porque acabo de leer en un periódico que un moderno buque mercante, que combina el uso del motor con el de la vela, zarpó del puerto de Avilés con un cargamento de torres eólicas con destino a los Estados Unidos. Se trata de un prototipo experimental que usa una gran vela a proa, a modo de cometa gigantesca, y no se descarta construir más de esa clase ya que parece acreditado su utilidad para ahorrar combustible y prevenir el cambio climático. A don Álvaro Cunqueiro, a sir Basil Greenhill,y a mis padres, les hubiera gustado conocer esta iniciativa. Y a cualquier persona sensible, también.