Tal que si la economía española hubiera recibido una dosis masiva de Viagra, todo parece estar subiendo por aquí. Sube la marea de los precios hasta marcas del 4,6 por ciento; suben los intereses de las hipotecas, sube la gasolina y -acaso como consecuencia de todo ello- comienza a subir también el paro. Víctima de un aparente ataque de priapismo, el país entero se encuentra en estado de erección.

Por subir, sube incluso el estado de ánimo de la ciudadanía, según acaban de demostrar las colas de hasta treinta kilómetros que millones de españoles hicieron días atrás para incorporarse devotamente a las procesiones automovilísticas de la Semana Santa. Ni la cada vez más visible amenaza de una crisis, ni el casi prohibitivo precio del gasóleo -que ya tiene amarrada a parte de la flota pesquera- han sido suficientes para disuadir a la población de limitar el gasto.

Bien al contrario, las peregrinaciones de Pascua adquirieron este año carácter transoceánico con el masivo éxodo vacacional de los españoles a Norteamérica.

Cuentan los cronistas que el idioma más oído en las cajas de los principales comercios de Nueva York fue esos días de ahí atrás el castellano en sus diversos acentos peninsulares, lo que no deja de resultar lógico.

Alentados por la baja cotización del dólar, allá que se han ido a la barata Norteamérica decenas o acaso cientos de miles de españoles para hacer acopio de prendas de marca a buen precio, bolsos, complementos, ordenadores, consolas, Iphones y demás cacharrería electrónica. Hasta los más furibundos antiyanquis -especie abundante por demás en España- parecen haber sucumbido esta vez a la tentación de contribuir con sus divisas a la prosperidad de la odiada metrópoli.

Por más que las estadísticas no paren de darnos la matraca con la subida imparable de los precios, los repuntes del Euribor y el tenaz crecimiento del desempleo mes tras mes, pocos son los que aquí renuncian a seguir tirando la casa por la ventana con grave riesgo de quedarse sin ella. Se conoce que el talante optimista del Gobierno ha acabado por contagiar a la generalidad de la población.

Tamaña despreocupación por el futuro -e incluso por el presente--recuerda de manera algo ominosa a la época de la "plata dulce" que se vivió en Argentina durante los primeros años de la dictadura militar, a mediados de la pasada década de los setenta.

Decididos a revolucionar las finanzas de la República rioplatense, los milicos no tuvieron mejor ocurrencia que sobrevalorar la moneda del país, fomentar la especulación en lugar del trabajo y crear en definitiva una economía artificial que durante unos pocos años hizo caer a los argentinos en la ilusoria creencia de que eran ricos. Fue el tiempo de la "plata dulce", o dinero fácil, en el que los ciudadanos de aquel país -al igual que hoy los españoles- se hicieron famosos en Estados Unidos por la frase "Give me two" (déme dos) que usaban para vaciar las estanterías de los comercios gracias a la ventaja cambiaria.

Infelizmente, la ilusión duró poco: apenas el tiempo necesario para que se destruyese la industria nacional, se multiplicase el desempleo y los argentinos despertasen del sueño acorralados por la pesadilla del "corralito".

Poco o nada tiene que ver, naturalmente, aquella situación con la de la España actual. Si acaso, podría equipararse la fábula financiera de Argentina con la ficción del ladrillo que durante la última década sostuvo por encima de la media de Europa el crecimiento económico español.

Ese modelo basado en el castillo de naipes de la construcción comienza a derrumbarse ahora y nadie atina a pronosticar cuáles van a ser las consecuencias del bacarrá; pero tampoco hay por qué preocuparse en exceso. La prueba es que aquí todo sigue subiendo: desde los precios a las hipotecas. Y sólo los aguafiestas podrán deducir que la situación está mal cuando todo va para arriba.

anxel@arrakis.es