Me detengo en algunas fotografías sobre el congreso del Partido Comunista chino. En una de ellas los miembros del servicio de seguridad, vestidos de ejecutivo (traje negro, camisa blanca, corbata) bajan marcialmente unas escaleras braceando de cuatro en fondo. En otra unas azafatas en fila vertical, vestidas de rojo, se deslizan lateralmente entre los escaños para servir el té, con un paralelismo perfecto. Son los signos externos del orden absoluto en el núcleo del sistema, en su círculo central. Fuera de ese orden reina un capitalismo salvaje, pero bajo control. Los comunistas chinos han descubierto que, para la producción, es mejor capataz un empresario privado que un funcionario público. Occidente contempla absorto las evoluciones de este extraño sistema y busca el modo de convivir con él, sin saber si es un patético resto del pasado o una inquietante anticipación del futuro.