El azar quiso que anoche, a las 12, estuviera montada en un autobús en Almería destino Madrid. Mi acompañante y yo lo calificamos de autobús-patera. Iba lleno. De los 50 asientos ocupados sólo seis éramos españoles, blancos como la leche. El resto subsaharianos y magrebíes de color de piel oscuro tizón. La verdad es que impresiona entrar en un lugar en el que te sientes observada porque pareces la extranjera. De repente relacionas y caes en la cuenta de la cantidad de pateras que llegan a las costas de Almería y empiezas a fijarte que las personas que viajan conmigo en el autobús son hombres muy jóvenes, algunos púberes, van solos, no llevan maleta, visten en chándal y en vaqueros y no hablan entre ellos.

Cuando a las tres horas de viaje el autobús hace la parada de rigor en Guarromán (Jaén) observas que la mayoría, aunque se baja, se queda merodeando por los alrededores y muy pocos van al bar a tomarse un café caliente. La duda la tienes. Te preguntas si realmente son sin papeles o personas que vuelven del Puente del Pilar... y al final sacas la conclusión de que el único documento oficial que llevan encima es el billete de autobús que les ha costado lo que a mi, 23 euros y 60 céntimos. A las 7 de la mañana llegamos a la estación de Méndez Álvaro, y allí desaparecieron entre la multitud como nosotros´´.

Esta es la crónica que una jovencísima periodista Fátima Martín realizó el otro día para las emisora en que trabaja, ``Onda Madrid´´, convirtiendo una experiencia personal en un impresionante documento periodístico sobre la otra cara de las pateras. ¡No se puede decir más con menos palabras! pensé. Yo había ido a participar en una tertulia cuando coincidí en el estudio con ella: una chica rubia, de ojos azules y voz aterciopelada que contaba de forma sencilla a los oyentes lo que había sido su noche en vela de regreso del largo puente. El relato no sólo me impresionó por su contenido, sino que por unos minutos me reconcilió con mi profesión de periodista al observar que las nuevas generaciones conservan el sentido último del periodismo, la denuncia y el ejercicio del contrapoder sea político, económico o como en este caso social y que convierten en noticia de gran calado un simple hecho de la vida cotidiana.

Fuera de micrófono surgieron las preguntas sin respuesta. ¿Cuántos autobuses-patera salen a diario desde las costas españolas hacia otras ciudades de España?. ¿Qué destino les espera a estos hombres jóvenes que han venido en busca del paraíso y se encuentran aquí solos, desamparados, sin dinero y sin papeles?. ¿Es posible que ésto pase desapercibido para las autoridades o simplemente son ellos mismos quienes les suben en un autobús, les pagan el billete y se quitan de encima un problema, endosándoselo a otra comunidad autónoma?. ¿Cuánto de mentira hay en los datos oficiales cuando nos dicen que la mayoría de los ilegales están siendo devueltos a sus lugares de origen?. No se porqué ¡de repente! me acordé del ministro de la cosa, Jesús Caldera, y la de veces que me ha dicho en las entrevistas, que hechos como el relatado por Fátima no ocurrían.

Claro que él hace años que no se sube en un autobús, paga 26 euros y se pasa la noche en vela para llegar a su destino. El coche oficial y el lustre del cargo es incompatible desgraciadamente con las experiencias del común de los mortales. No estaría de más que de vez en cuando descendiera a la cruda realidad.