Furtivo y nubloso, el verano acaba de llegar a Galicia con la ambigüedad típica de este país: un poco de sol, un poco de lluvia, ni frío, ni calor. Lo de siempre, vaya. Los profetas del cambio climático tendrán que ir ajustando sus predicciones, visto el apego a la tradición que incluso en cuestiones de meteorología muestra este viejo y cada vez más conservador reino.

Casi nada cambia aquí, empezando por el tiempo. Disfrutamos -o padecemos- los gallegos un clima vagamente londinense de soles y lluvias alternos que obliga a los vecinos del país a la elemental precaución de salir siempre a la calle con paraguas. Más que un cambio climático, lo que tenemos en Galicia es un clima tenazmente variable.

La fresca entrada del verano es, en todo caso, una excelente noticia; y no sólo por lo que atañe al mantenimiento de las históricas tradiciones del país en materia de isotermas, borrascas y anticiclones.

Lo realmente provechoso para los intereses del reino es que las lluvias y humedades de estos primeros días del estiaje garantizan que -al menos por ahora- no va a comenzar el habitual festival pirotécnico que cada año ilumina con sus llamas los montes de Galicia.

La lluvia es, en efecto, el mejor y más completo plan de lucha contra incendios forestales con el que cuenta este flamígero reino de Breogán. Sólo las nubes preñadas de agua fueron quienes de poner fin el pasado verano a la descontrolada ola de fuego que en apenas quince días de agosto arrasó el tres por ciento de la superficie arbórea del país.

Acaba de confirmarlo indirectamente el fiscal del Tribunal Superior de Galicia, quien ayer excluyó la hipótesis -tan repetida hace un año- de que la marea de llamas del último agosto se debiese a las imaginarias "tramas organizadas" que a modo de Santa Compaña del fuego urdieron algunos. Los gobernantes que sostuvieron más allá de lo razonable esa disparatada teoría siguen sin presentar disculpas, pero tal vez eso carezca de importancia.

El caso es que de una vez por todas se enteren de lo que hicieron -o más bien, no hicieron- el último verano y tomen en consecuencia las medidas necesarias para evitar que el desastre se repita.

Alguna esperanza hay de que así ocurra. Escarmentados por sus errores del pasado agosto, los nuevos gobernantes de Galicia parecen estar recuperando las prácticas que tanto éxito les habían reportado a sus predecesores.

Aparentemente olvidadas ya las bucólicas teorías a favor de la prevención, el Gobierno gallego concentra este año sus esfuerzos en la más urgente lucha contra las llamas. Y aunque llegue tarde, se trata de una feliz noticia.

Probablemente nos hubiéramos ahorrado la monumental hoguera de San Juan que asoló los bosques y amenazó un millar de casas en Galicia el pasado año si la Xunta aplicase entonces la sabia máxima británica que aconseja no cambiar jamás aquello que funciona.

Han tenido que arder miles de hectáreas de bosque para que, por fin, el nuevo gobierno admita las virtudes del anterior Plan Infoga ideado por Don Manuel bajo el principio de que siempre habrá incendios en Galicia, y lo que en realidad cumple es diseñar una estrategia para atajarlos antes de que alcancen proporciones incontrolables. Nadie niega a estas alturas que la táctica funcionó razonablemente durante quince años.

Felizmente, el actual Gobierno autóctono parece haber asumido el plan, aunque le cambiase el nombre. La otra alternativa sería encomendarse a la lluvia, hipótesis arriesgada en esta Galicia de movimientos atmosféricos imprevisibles donde lo mismo nos empapamos de agua que nos asamos de calor.

De momento, el verano ha arrancado fresco y lluvioso, lo que en sí mismo constituye un perfecto plan de lucha contra incendios. Falta por ver lo que el Gobierno pondrá de su parte si la Virgen de la Cueva -la del "que llueva, que llueva"- deja de favorecernos.

anxel@arrakis.es