El dueño del Banco de Santander no sabe, probablemente, lo que cuesta un bocadillo de calamares, pero sí el precio de un yate. En la relación con el dinero, como en la relación con el dolor, cada uno tiene sus medidas. La semana pasada fui al otorrino con molestias en la garganta. Se asomó a mi boca y dijo que la tenía hecha polvo, ofreciéndome un medicamento poderosísimo para el dolor. No me duele, le dije. Pues tiene usted el umbral del dolor muy bajo, respondió asombrado. Otras personas, con un cuadro menos espectacular que el suyo, están en un ¡ay!

Salí absurdamente orgulloso de la consulta y entré en un hotel cercano, con mucho mármol y abundante bronce, a tomarme un té. Llegada la hora de pagar, me clavaron tres euros. Tres euros, traduje, son quinientas pesetas (la mitad de mil). Como no le hemos perdido el respeto a esas referencias, me pareció una barbaridad y estuve a punto de quejarme, pero me pareció que no era un lugar. A nadie le gusta confesar públicamente sus insuficiencias o umbrales económicos. Un día es un día, me dije poniendo un billete de cinco euros sobre la barra. Pero no dejé propina.

Casi todo es cuestión de umbrales. Dijeron por la radio que un café, en la cafetería del Congreso, cuesta 80 céntimos. Quizá estén subvencionados. En todo caso, no es un precio real. Mi dolor de garganta, aunque carece de subvención, tampoco es real. Me sale de manera espontánea. Si yo fuera presidente del Gobierno (Dios no lo permita) y fuera al programa Tengo una pregunta para usted, fracasaría en la respuesta relacionada con las anginas. Todos los periódicos, al día siguiente, titularían: "Millás no sabe lo que duelen las amígdalas". ¿Debería defenderme asegurando que tengo el umbral del dolor muy bajo? Mejor no.

Hay franquistas cuyo umbral de autoconocimiento es tan bajo que se enfadan si los llamas franquistas. En cuanto a Otegi, tiene el umbral de la hombría tan alto que le parece de nenazas renunciar a la violencia. ¿Pero usted renuncia a la violencia o no? Hombre, dicho así me pone en un brete. No quisiera parecer un marica. Cada uno tiene sus límites, en fin. ¿Qué le debo?