Así pues -y confirmándolo que ya esperaba, a no ser que don Alberto aún conserve el don de la ingenuidad- a la izquierda asociada le faltó tiempo ayer para rechazar la oferta del líder de la oposición para que que después de mayo gobiernen en los municipios las listas más votadas. El PSOE, nada menos que por su secretario xeral, se limitó a calificarla de ocurrencia para descalificarla como "una más de las habituales"; el BNG, a través de su portavoz adjunto en el Parlamento, criticó que el PP propusiese aquí cosa distinta que en otros puntos del Estado, un argumento que parece contradictorio con las veces que le reclaman al PPdeG una política propia.

Lo más curioso del caso es que ninguno de los dos partidos, al menos por ahora, argumentó su negativa con motivos de peso. O al menos que ni uno ni otro hayan repetido aquello de que los gobiernos en minoría no sirven para dinamizar el progreso o que los de coalición son más estables o más democráticos. Acaso porque las razones aducibles podrían replicarse con un solo-aunque habría varios más- ejemplo práctico: el de Vigo. Allí, por una parte, hay un gobierno en minoría que no ha llevado precisamente a la ciudad a la parálisis de acuerdo con las estadísticas y -por otra- es el resultado del fracaso estrepitoso de una de esas coaliciones raras que algunos tanto predican.

(Claro que, hablando de extrañeza, también la provoca el silencio -quizá por aquello de la boca cerrada y las moscas- de los partidos minoritarios, alguno de los cuales podría convertirse -si supern las barreras de la Ley Electoral- en llave de los futuros gobiernos. Y eso que ellos, los pequeños, son los que más tendrían que decir en caso de lograrlo, aunque no les sería lo mismo inclinarse por unos que por otros: ni en el precio -hablando en términos legales, por supuesto- ni por los efectos colaterales de las hipotéticas alianzas, unos efectos que probablemente repercutirían cara a las próximas autonómicas.)

Dicho lo anterior procede matizar que las coaliciones que se tienen por raras no son las que firman programas conjuntos para gobernar incluso después de haber defendido cada uno el suyo -y que a veces parecen imposibles de conciliar- durante la campaña, sino aquellas que sólo se forman para cerrarle el paso al que tiene más votos. Pasó hace tres años y medio en Vigo -otra vez el ejemplo- y también en otros municipios que, con menos peso y habitantes, apenas sonaron pero padecieron lo mismo; y es que a veces la aritmética y la política no dan igual resultado ni aunque se fuercen las operaciones.

Y otra cosa todavía: la oferta del PPdeG no debiera sonar extraña, sobre todo a los del PSOE; su dirigente máximo, el señor Rodríguez Zapatero, la planteó hace ya más de tres años, cuando todo parecía ir en su contra, comprometiéndose a no gobernar en España si no era la suya la lista más votada. Así, con un par: claro que, para imitarle, hay que tener la misma convicción y las mismas narices. Y aquí, entre los suyos, puede que no abunden ni éstas ni aquella. Con perdón.

¿Eh..?