Dos creativos de publicidad discuten en la mesa de al lado. El más joven ha ideado una tarjeta de crédito cuyos bordes se van poniendo negros, como los de una esquela, a medida que su dueño alcanza el límite del crédito.

-Cuando lo agota del todo -añade- aparece también una cruz.

El creativo mayor, que parece su jefe, pone objeciones. Dice que a la gente no le gusta la muerte. Una tarjeta de crédito que evoque a una esquela es lo más alejado del concepto que el dinero de plástico intenta transmitir. El objetivo es que la gente la use, incluso cuando la usa de manera imprudente. Los bancos viven, en gran medida, de los sueños de consumir de la gente.

-Lo que hay que hacer creer al público es que consumir equivale a vivir, mientras que tu tarjeta dice lo contrario, o sea, que cuanto más gastas más te acercas a la muerte.

-Es lo que yo pienso -responde el joven-, que consumir no es una forma de vivir, sino de morir.

-Muy interesante, pero entonces deberías dedicarte a otra cosa, no a la publicidad.

-Sigo pensando que sería un éxito, aunque estuviera dirigida a sectores específicos.

-¿A qué sectores?

-A los religiosos, por ejemplo. A un párroco le sentaría muy bien una tarjeta de crédito de ese tipo. Los curas piensan mucho en la muerte, es su obligación. La tarjeta les recordaría que los días, como el crédito bancario, están contados. Además, el hecho de que la gente se la viera a los curas provocaría un movimiento mimético. Hace años triunfó un disco de música gregoriana, ya ves. A nadie se le había ocurrido que la música gregoriana pudiera llegar a Los 40 principales. Y fue número 1.

-Olvídalo. Te voy a retirar esa cuenta porque no veo lo que dices. A partir de mañana te ocupas de la campaña de compresas y tampones, a ver si se te ocurre algo nuevo.

El chico respondió que había diseñado ya unas compresas con forma de vampiro. Era una máquina de imaginar. Pero en ese momento se dio cuenta de que les estaba escuchando y bajó la voz.