En su número del domingo antepasado un importante periódico madrileño incluía dos artículos de Ignacio Sotelo y de Francisco Fernández Buey, bajo el epígrafe general de "¿Por qué los intelectuales de izquierda se hacen de derechas?" Cada uno de los dos catedráticos lo respondía a su manera. Sotelo, como buen sociólogo, llamaba la atención sobre la alternancia del fenómeno ideológico que provocaba mareas hacia la izquierda o hacia la derecha, históricamente constatables. "A los más viejos -escribía- nos ha tocado vivir cambios en las dos direcciones, conversión multitudinaria a la izquierda en el 67/69, y fuerte derechización de los años noventa". Y llegaba a la conclusión final de que, al margen de vaivenes electorales entre sedicentes fuerzas de derechas y de izquierdas, que en el fondo se parecen como dos gotas de agua, el dilema que se plantea ahora mismo -proliferación creciente del armamento nuclear y cambio climático- excede de ese esquema simplista y demanda una nueva síntesis de pensamiento. Por su parte, Fernández Buey, como filosofo, reflexionaba sobre el transformismo de los intelectuales que muchas veces se arriman al sol que más calienta, dejando en olvido todo lo que predicaron. A ese respecto, citaba el caso del contraste clamoroso entre el discurso izquierdista de Miguel Boyer en la Escuela de Verano del PSOE en 1976, propugnando la nacionalización de la banca, las eléctricas y la siderurgia, y lo que decía luego en la fundación FAES de Aznar. O el caso de Mussolini, que pasó del socialismo maximalista a ser fundador del partido fascista italiano. Después, se quejaba de la tendencia periodística a destacar solamente las conversiones ideológicas hacia la derecha, y terminaba haciendo un elogio de los intelectuales de izquierdas que habían permanecido fieles a sus compromisos ideológicos, sin dar nombres. Bien creímos los lectores de esos dos artículos que la polémica se había cerrado, pero en esto terció en ella el también catedrático Fernando Savater, quien en carta al director del antedicho periódico le exigió a Fernández Buey que diese al menos cinco o seis nombres de esos "insobornables". A ser posible de su propio entorno para que le resultase más fácil. "No se los pido por morbo malsano -remataba irónicamente- sino porque quiero enviarles mi felicitación las próximas navidades". Y a parte de todo eso, aprovechaba el viaje para hacer una descripción de lo que él entiende que debe de ser un intelectual de esa clase que en el fondo es un retrato acabado de lo que el piensa de sí mismo, porque alude a quienes luchan contra el etnicismo nacionalista en el País Vasco, a los que defienden el Estado de derecho aunque les llamen "españolistas", y los que asisten a todas las manifestaciones contra ETA. En su carta de réplica, Fernández Buey tiene el detalle de no reprocharle ese alarde vanidoso y se limita a dar una lista de personas honradas a las que el filósofo donostiarra pueda felicitar por Navidad. Son estas: Xesús Alonso Montero, Ignacio Fernández de Castro, Josep Fontana, Joan Martínez Aller; José Manuel Navedo, Juan Carlos Rodríguez, José Luis Sanpedro, José Sanchis Sinisterra y José Luis Méndez Ferrín, admirado compañero en las páginas de este periódico. Esperemos que no tenga reparo en felicitarlos.