El fútbol es un estado de ánimo, un deporte o espectáculo en el que 34 personas (cuatro árbitros, dos entrenadores, once titulares y tres reservas por equipo) durante noventa minutos, deciden el humor de miles de personas a lo largo de una semana. Así las cosas, el resultado de la opción de cada ciudadano depende mucho más de las actitudes que adopten sus representantes que de las virtudes objetivas de los componentes de cada uno de sus equipos.

El Celta, a nivel nacional, es un equipo de primera división al que le corresponde por historia situarse a media tabla, entre la promoción y la UEFA. En estas condiciones y contando con un elemento en su cuerpo técnico de la categoría de Félix Carnero, el fichaje asequible de elementos que nos acerquen mas a la UEFA que a la promoción está asegurado. Otra cosa es el fichaje del entrenador o sujeto que marque la táctica a seguir y las características que habrán de definir al equipo. Ahí, la responsabilidad es de la directiva.

La mejor época para el celtismo fue la de Víctor Fernández, la de la Rianxeira. Esto es algo incuestionable que nadie pone en duda. Lo fue, no sólo por la calidad individual de sus jugadores sino, sobre todo, por la calidad como conjunto, por su ambición, por su generosidad, por su fe incuestionable en la victoria, por sus objetivos y porque la afición comulgaba con las ideas de un técnico sin complejos, capaz de ganar al más pintado con la única receta de jugar al ataque, sin tregua, sin desmayo, y creérselo.

Actualmente, el Celta cuanta con una buena plantilla, equilibrada, bien fichada (Félix Carnero sigue siendo una garantía) capaz de calificarse para la UEFA sin ningún problema, equilibrada, trabajadora, pero fatalmente dirigida.

La Directiva anterior, y la actual lo corrobora, optaron por un técnico gallego, barato y sin experiencia como jugador. El resultado no podía ser peor y no por culpa de Fernando Vázquez, buen técnico de segunda división para evitar descensos a tercera o para conseguir buenos resultados con plantillas muy superiores a lo que se pretende, pero no para conseguir ilusionar a una afición en primera división.

Tener un plantel de jugadores excelente, que lo dan todo en el campo, pero a los que por sistema de juego les es dada la derrota sistemáticamente, es absolutamente descorazonador, tanto para los propios jugadores como para la afición.

Al final, como en la vida, todo es un problema de actitud. Nadie quiere perder, pero el que sale a empatar, el mediocre y sin ambiciones, tiene todas las opciones para perder. El que sale a ganar, puede perder, pero si está absolutamente convencido de ganar, de que no es menos que nadie y de que con actitud de victoria, atacando y con esfuerzo, puede ganar, acaba ganando más veces que perdiendo y pocas veces empatando. El Celta de Vázquez es un equipo cobarde, con unos jugadores en desacuerdo con el sistema, con aptitudes, que pueden ganar si se lo proponen. ¿Cuál es la solución? O que los jugadores desoigan totalmente las indicaciones del entrenador y salgan abiertamente a ganar o que lo destituyan cuanto antes. En caso contrario, el Celta, bajará irremisiblemente a segunda división, sin discusión alguna.

En el Celta actual sólo pueden brillar porteros y defensas, tras derrotas heroicas en las que han salvado goleadas, sacrificando el futuro de jugadores ofensivos, que papan banquillo y cuando salen al campo están totalmente desasistidos, viendo cómo pasan sus oportunidades de triunfar, inútilmente, jugando siempre en campo propio, cerca de nuestra portería, cediendo espacios y el balón al contrario y usando la contra como único sistema, como esos boxeadores que se arrinconan a encajar para ver si en un descuido pueden meter una mano y acaban siempre sonados. Con el sistema de juego conocido, jugadores como Etoo o Ronaldinho, o el mismo Baiano pasarían y pasan de-

sapercibidos, al llegarles un solo balón en condiciones a lo largo de un partido, cuando Víctor Fernández hizo internacional a un valiente pero petardo como Catanha, por el único hecho de llegarle diez balones de gol en un partido y materializar sólo uno.

La culpa no es de Fernando Vázquez, un entrenador reservón y de segunda división. La culpa es de quien ha fichado a un conductor de un Panda para pilotar un deportivo, sólo porque era barato y gallego.

Si los jugadores están cobrando, lo que no ocurría cuando bajaron a segunda, aún estamos a tiempo, ya que partidos como el de Sevilla denotan que los jugadores aún viven, lo que exige la dimisión inmediata de Vázquez y el fichaje de alguien, el que sea, que crea en el fútbol de ataque, en el que le gusta al público y a los jugadores y que les deje sacar de sí mismos lo que llevan dentro. Perderemos algún partido, pero sólo así podremos mantener la categoría.

Otra cosa es ir directamente al pozo de la segunda división, sin orgullo, sin aficionados en el campo y sin espectadores ni siquiera por televisión.

Si para el próximo partido ya no hay entrenador, que sea el capitán del equipo, con el apoyo de éste (no sería la primera vez) quien tome las decisiones, la afición lo agradecerá y quizás aún estemos a tiempo.