Así que visto el chaparrón y la diversidad de los mojados por él -que presuntos, convictos o confesos tienen carnets de casi todos los partidos-, parece llegado el momento de exigir a quienes pueden que en vez de refocilarse en el fondo de la charca busquen una salida. Primero y aunque sea lo de menos, por su propio interés y, segundo, por el interés general: nadie en su sano juicio defiende un sistema en el que cada vez que se hable con alguien que lo represente haya de llevarse un notario para que de fe. O un detector de escuchas, por si las moscas.

(No es esto una exageración o una boutade: en los últimos días se ha sabido que la "guerra" dialéctica ha dado paso a una fase, abiertamente sucia, en la que algunos revuelven ficheros para averiguar en qué andanzas estuvo, si es que estuvo en alguna, el adversario político o quien no le diga amén. Y, francamente, a estas alturas da igual quien haya empezado: ese dato puede servir como excusa para quienes busquen alguna, pero para muy poco más. Aparte de que apenas nada resuelve: la historia está llena de casos en los que nadie recuerda cómo empezó un conflicto cruento; sólo se cuentan las bajas cuando acaba.)

En estos días, Galicia se ha acercado mucho a los modelos que emplean en el Estado los grandes partidos, y a una voz altisonante la sigue otra aún más estridente. Con excesos por doquier, además: el secretario de Relaciones Institucionais -o sea, el encargado de mantenerlas con todos- le llama "partido basura" al -con mucho- más votado del país; el presidente insiste en relacionar al PP con corruptelas organizadas de todo tipo a pesar de que tiene en patio propio a sospechosos notables y el jefe de la oposición dice que devolverá golpe por golpe. Hosanna.

Con las cosas así es preciso insistir en lo dicho: o se busca una salida globalmente aceptable o acabarán por decir de la convivencia razonable aquello de que entre todos la mataron y ella sola se murió. Porque acabará por reventar: y no para repetir "otro 36", como especulan ciertos insensatos y parecen desear algunos sinvergüenzas radicalizados de origen diverso, pero sí probablemente para resucitar y consolidar por la vía civil aquellas dos Españas que denunciara don Antonio Machado con tanto dolor como exactitud. Y adáptese lo de "las dos Españas" como mejor guste.

¿Cuál es esa salida? Aunque suena a pregunta del millón, tiene una respuesta relativamente sencilla: la única consiste en un acuerdo, una reedición actualizada de aquellos Pactos de la Moncloa que facilitaron la transición. Dicho de otro modo, la recuperación del espíritu de concordia que se dio entonces con gran generosidad en una circunstancia en la que parecía imposible: había una crisis económica enorme, las heridas de la guerra civil aún supuraban y la dictadura más larga de la historia parecía capaz de sucederse a sí misma. Y si entonces se pudo, ahora se puede.

La incógnita es si esta "clase" política estará a la altura de aquella. Hay quien lo duda, pero ojalá que sí, por la cuenta que le tiene al país.

¿No...?