Con cierta frecuencia podemos leer en las páginas de los periódicos unos anuncios escuetos con un mensaje contundente muy parecido a este: "Se compran edificios céntricos en ciudades españolas". Y al lado, o debajo, un número de teléfono, casi siempre un móvil, sin especificar siquiera el nombre de pila de la persona a la que hay que dirigirse. Cuando estábamos en los inicios de la locura inmobiliaria solía añadirse la forma ritual de "No importa que tengan inquilinos", lo que nos trasladaba la idea de que, en el caso de fincas con rentas antiguas, el comprador quizás disponía de métodos expeditivos para librarse de ellos, incluidas las amenazas y el pago de indemnizaciones. Por aquella época se llegó incluso a entregar pisos de lujo a seres marginales y especialmente mal encarados para que los vecinos que no podían sufrir su presencia prefiriesen un arreglo desventajoso antes que padecer una continua pesadilla. Pero los métodos de negocio se perfeccionan y ahora ya hemos encontrado formas más sutiles de hacer desistir a los reacios a vender o a marcharse con viento fresco. Los multimillonarios que compran edificios enteros, y aún barrios enteros de las ciudades españolas, ni siquiera ponen anuncios en los periódicos, porque les basta con disponer de unos alcaldes amigos que les cambian lo planes de ordenación a su medida, o les diseñan unas unidades de actuación que les dan clara ventaja sobre los modestos propietarios. Siempre me he preguntado que clase de individuos eran los que estaban detrás de esa clase de operaciones porque, desde la perspectiva de la gente que hipoteca su vida para comprar un piso, la existencia entre nosotros de alguien que puede hacer semejantes desembolsos resulta tan sorprendente como la aparición de un mamut prehistórico en plena calle. Por suerte, últimamente hemos podido conocer a plena luz del día a uno de ellos y nos hemos llevado la sorpresa de saber que es un futbolista ruso ya retirado que se llama Valeri Karpin. El señor Karpin jugó en equipos relativamente modestos como la Real Sociedad, el Valencia y el Celta, pero debe ser un genio de las finanzas porque ha sabido atesorar una fortuna inmensa. Y la prensa nos da continuas noticias sobre sus ventajosas operaciones inmobiliarias en todo el territorio gallego. Tantas y tan variadas que el hombre ya ni sabe cuales son suyas y cuales no. "Llevo tantos años en esto que no se si esa parcela es mía", confesó a un periodista que le preguntaba por una de ellas. Yo no tengo nada que oponer a esta clase de operaciones, que supongo perfectamente legales, pero lo que más llama mi atención es la querencia del señor Karpin hacia la compra de conventos y edificios ocupados por órdenes religiosas. En Vigo, por ejemplo, ha comprado el colegio de San José de Cluny, el convento de San Francisco y la casi la totalidad del llamado Barrio del Cura. En A Guarda el convento de los Jesuitas. Y en A Coruña la casa de acogida de las Oblatas del Santísimo Redentor. Todos estos solares están catalogados como de equipamiento religioso o de uso dotacional , aunque nadie duda de que, tocando la tecla oportuna, acabarán siendo recalificados como residenciales. La fe inmobiliaria hace milagros.