Me inquieta la adolescente soberbia de esos jóvenes periodistas que desdeñan los cometidos más humildes de la redacción porque en su ánimo solo está el voraz objetivo de ser columnista y la ilusoria pretensión de que en cualquier banco su firma sea dinero. A uno de esos tipos tan pretenciosos le dije hace algún tiempo: "En el periodismo se considera natural empezar por todo lo bajo, amigo mío, porque en lo más alto sólo empiezan de manera natural los precipicios y los accidentes de aviación". A mi padre se lo había dicho su padre y mi padre me lo dijo a mi, que soy la tercera generación de una humilde y honrosa manera de ejercer el periodismo a sabiendas de que a veces lo que cuenta no es ser el árbol, amigo mío, sino la sombra, asimismo enterado de que en caso de incendio, las escaleras conviene subirlas siempre dos peldaños detrás del fuego. Cuando yo empecé en esto, en los periódicos de provincias apenas había columnistas y si alguien de la redacción se convertía en eso, era porque para patear las calles habían empezado a fallarle juntas la curiosidad y las piernas. Claro, eran otros tiempos. La primera noche que me presenté a trabajar en un periódico, el mozo de la rotativa me dio un botijo y me mandó a la calle a buscar agua. No se trataba ciertamente de un cometido histórico, pero no me importó que apagar la sed de los muchachos del taller fuese mi primer éxito en la profesión. Lo cierto es que sigo escribiendo con el mismo espíritu accesorio de aquella noche, como si todas y cada una de mis palabras las encontrase haciendo gotear su tinta por la espita de aquel botijo. Muchos de los vanidosos columnistas de ahora se malograron precisamente porque al alejarse emocionalmente de sus botijos, perdieron el contacto con la sencillez, con la frescura, es decir, con la vida. No sé si les ocurre lo mismo a mis colegas, pero a mí los directores de periódico me parecen más humanos, más afectuosos y más respetables cuando se quedan a medianoche en mangas de camisa. Carlos Herrera es un líder radiofónico por muchas razones que no necesito detallar, pero sobre todo, porque habla como si llevase media vida en mangas de camisa. ¿No inspiran acaso más confianza los jueces cuando al final de la vista se quitan la toga? ¿Y no resultan acaso menos ortopédicas las mujeres cuando al irse a cama le suprimen con el cepillo la laca al pelo? Muchas figuras del periodismo no son otra cosa que obstétricas y vanidosas pompas de ropa, tipos vulgares y corrientes que en un "souflé" sólo merecerían ser el aire. Carlos Herrera me inculcó desde el principio su humilde idea del éxito: "Que te escuchen por la radio casi dos millones de personas, amigo Alvite, no es nada comparado con que te escuche a solas tu conciencia". No hace mucho mantuve por teléfono una conversación con el maestro Tico Medina, uno de esos tipos nobles e increíbles que es como si llevasen la camisa por encima del traje. Al cabo de un rato de hacer recuento de su vida y de sus experiencias, me dijo algo así como que cincuenta años de profesión es lo que tarda un periodista decente en ser de nuevo un aprendiz. Coincidí un año con Tico en el programa de Carlos Herrera y cada vez que le escuchaba he de reconocer que me entraban ganas de plantarle fuego a mi columna. Carlos Herrera, Tico Medina.... ¡Leguineche!... ¡Dios Santo!, Manu Leguineche me confesó una noche en Compostela su pasión por el periodismo y los viajes, pero también me dijo que tarde o temprano todo se acaba, y que entonces, amigo mío, entonces el viejo reportero descubre que el Periodismo sólo ha sido una hermosísima disculpa para haber vuelto tan tarde a casa. Al bueno de Alfonso Ussía le conocí en Madrid con motivo de la presentación de "Historias del Savoy" y me sorprendió su magnífico aspecto casi de atleta. Ussía y yo estamos muy distanciados ideológicamente pero reconozco su talento y sobre todo, me admira su filosofía del periodismo y de la vida. Me dijo: "Conservo la misma talla desde muchos años, pero no se trata de velar por la salud, colega, sino de que en el periodismo no siempre se tiene la certeza de ganar el dinero que uno va a necesitar para cambiar de ropa". No dije nada, pero pensé, "¡Que buen sastre es la humildad!". A tipos como Manu, como Tico, como Alfonso, les debo lo bien que me sienta siempre el ejemplo de su descollante sencillez. A Carlos Herrera, ¡Oh, Dios!, a Carlos Herrera le debo además la suerte de que se haya atrevido a apostar por un columnista que sólo aspira a conservar en su pluma el tacto de aquel botijo y a luchar por la supervivencia sin vanidad y sin odio, en mangas de camisa, también sin furia, como pelean los tipos que le plantan cara al fracaso llevando los puños en las palmas de las manos...