Pues la verdad es que, si se analizan con un mínimo de rigor, muy pocos -por no decir casi nadie- podrán discutirle a la señora directora xeral sus criterios acerca de qué necesita la función pública gallega para convertirse en lo que reclaman los ciudadanos y desean sus integrantes: un instrumento eficaz al servicio exclusivo del país. Expuesto desde la convicción plena de que la Administración autonómica ha dado en los últimos años pasos muy importantes en su camino de mejora y modernización.

Ma non troppo: en todo caso menos de lo preciso, sobre todo en lo que los funcionarios han reclamado con mayor fuerza en los últimos años: la creación de una auténtica carrera profesional que permita al "famoso" escalafón, tan denostado, convertirse en lo que debiera ser: una senda por la que circulan hacia arriba los más capaces, y no sólo los más antiguos, y desde luego en ningún caso aquellos que obtienen el impulso no en el mérito sino sólo en otros conceptos, algunos tan etéreos como el de la confianza política.

La señora directora defiende, con mucho sentido común, que el mejor modo de garantizar que la función pública resulte plenamente fiable y eficaz consiste en que sea profesional. Y aunque advierte, con razón que a los pasos dados en ese sentido hay que sumarle aún muchos otros más pero no puede esperarse que se conviertan en un sprint, es consciente de que hay que acelerar el ritmo, porque el tiempo no juega precisamente a favor de los lentos: cuando más se tarde, menor será la confianza en el éxito final.

En este punto conviene añadir otra reflexión: la velocidad en los cambios, aunque prudente, permitirá visualizarlos antes y de ese modo enviar un mensaje optimista a la opinión pública. Que en todos estos años no ha percibido lo suficiente, aunque algún esfuerzo se haya hecho para que lo percibiera, que la Administración había mejorado tanto como otros aspectos de la actividad. Y dado que también en esto la apariencia es la madre de la ciencia -o al menos de la experiencia- el resultado es el que es.

Dicho en román paladino: que la sociedad, en una parte considerable, aún no juraría que la función pública es una herramienta eficaz, blindada contra la arbitrariedad y en la que los libros de texto cuentan más que los de familia. Por una razón sobre otras: porque el viejo concepto del "enchufe", que la directora xeral proclama eliminado, ha sido sustituido en gran medida por el de la confianza política. Que si es admisible en pequeñas dosis, resulta inaceptable cuando se administra como aquí: a chorro.

Las señora Rodríguez recordó que en el Parlamento está una ley que pretende acabar con los males y reforzar las virtudes, articulando el instrumento que garantice -por fin- la profesionalidad de los funcionarios y consagre -valga la insistencia- el mérito y el trabajo como motores de los éxitos. Ojalá que sea así, porque nada hay para un país mejor que una buena Administración, ni tan deseable para sus funcionarios que el que los dejen trabajar como saben y merecen. ¿No?