No hay un solo fracaso sexual que no mejore si se cuenta bien, pero por mucha literatura que se le añada, no deja de ser un fracaso, igual que una excusa ingeniosa no le quita el dolor a un buen pisotón. Yo creo que en mentir bien consiste precisamente el sexo oral. Mi vida con las mujeres está plagada de buenos momentos, de momentos mediocres y de magníficas excusas. Suelo tomar la iniciativa pero últimamente me he vuelto cauteloso y sólo me quito los pantalones cuando mantenerlos puestos resulta más ridículo que despojarme de ellos. Me frena mucho la vacilante actitud de las mujeres, que nunca se sabe muy bien lo que esperan de ti y a veces ni siquiera saben lo que esperan de sí mismas. "No estoy preparada para esto" y "tengo que pensarlo" son las frases más repetidas. Muchas mujeres se arrepienten antes de entrar en acción. Es algo difícil de entender. Como le dije a mi querida C., "en arrepentirse antes de los hechos consisten precisamente el Cristianismo y la eyaculación precoz". Suelo acordarme de la noche que una enfermera del Hospital Clínico compostelano me llevó a su casa. Eran las tres de la madrugada y habíamos tomado las copas justas para que ella se desinhibiera sin caer por el hueco de las escaleras. Pasamos directamente al salón y me pidió que me sentase en el sofá mientras ella se ponía cómoda. Al cabo de quince o veinte minutos regresó con el rostro tan cambiado por la limpieza del cutis, que por un instante pensé que C. y aquella otra mujer eran parientes. El agua del lavabo había rebajado su belleza al mismo tiempo que le había enfriado el impulso de invitarme a casa. "Lo que te pido es que hables bajo porque mi hijo estará a punto de levantarse para ir a clase", me advirtió. "¿Tu hijo va a clase a las cuatro de la mañana? ¡Dios Santo, nena!, a las cuatro de la mañana hay colegios en los que ni siquiera están en su sitio las aulas...¡joder!, a las cuatro de la mañana en algunos relojes ni siquiera son las tres". Volvió a ausentarse y regresó con un álbum de fotos en la mano. "¿Quieres ver como era al casarme? Fue hace veinte años. ¿Sabes?, en la iglesia no había oxígeno para tantas flores. ¿Ves esta foto? Me la tomaron delante del altar sin avisarme siquiera. El trozo que falta es mi marido". "¿Qué fue de él?". "Lo dejamos al cabo de diez años, hace cinco. Me cambió por una cría que aparentaba la edad de sus muñecas. Teníamos una preciosa casita a las afueras, un jardín en el que incluso daban flores las cagadas del perro, y todas las comodidades que te puedas imaginar, tanto, que habíamos previsto medio en broma tapizar el césped. Dijo que le asfixiaba el campo. ¿Puedes creer que alguien se asfixie en el campo? Se conoce que respiraba mejor en la viciosa boca de su amante". "Que sé yo... a veces el confort no hace sino producir una especie de cansancio emocional, una sensación de asfixia que no tiene que ver con el oxígeno sino con los sentimientos... que sé yo... a veces subir muy alto sólo sirve para sentir nostalgia del suelo... no sé si me entiendes... quiero decir que hay algo de necrológica fatalidad en la idea de que tu vida acabe encerrada en un álbum de fotos". "¿Te aburre ver mis fotos?". "No, no, no es eso, nena, lo que pasa es que el acomodo genera rutina y la rutina causa una tediosa sensación de tenaz desidia sicológica, de modo que llega un momento, querida amiga, en el que por culpa de la dichosa confianza, incluso en la antibiótica penumbra del salón se tiran pedos las carísimas orquídeas del jarrón... Se gana en decoración lo que se pierde en entusiasmo, esa precaria y misteriosa novedad cuya efímera belleza sólo se percibe en el patio del penal y en las escépticas redacciones de los periódicos. Siempre me pareció que mis mejores viajes fueron el resultado de haberme equivocado de horario, de ciudad y de tren. Tendríamos que procurarnos incomodidades y pobrezas nuevas, ¿sabes?, porque ni siquiera Cervantes habría sido capaz de escribir El Quijote en el angustioso espacio de un cheque en blanco". "¿Tú crees?". "Sí, yo creo. Fíjate en todas estas fotos, nena. Con menos ropa y sin la hojaldrada retórica de la tarta nupcial, todos esos seres fingidos y marrones serían el álbum del Holocausto. El mero hecho de casarse le quita fogosidad al acontecimiento. Si te fijases bien, verías que no hay una sola foto de bodas en la que no sea la del camarero la mirada más sinceramente enamorada. Diez años de matrimonio es demasiado tiempo incluso para las estatuas de los Reyes Católicos. No sé quien diablos era tu marido, pero yo tampoco habría sobrevivido en una casa tan cómoda en el campo, seguramente porque me he hecho a la idea de que el campo es algo que sólo resulta inevitable para que John Wayne no se malogre cabalgando por un garaje y para que los fugitivos cambien por la noche de ciudad. Pero supongo que lo de tu marido fue una simple disculpa. Se enamoró de otra, esa es la cuestión, y cuando un hombre se enamora de otra, descubre que el oxígeno sólo resulta interesante para que los aviones no vuelen por carretera y para sostener en el aire el humo de los cigarrillos. Pero no te preocupes. Fracasará con esa otra mujer tan pronto descubra que no hay un solo abrazo que no acabe oliendo a cerrado"...