Acertar en un monumento conmemorativo es cuestión, sobre todo, de sensibilidad. Se trata de tener las terminales sensitivas tan afinadas que puedan captar la vibración principal de un suceso. En el caso del 11-M, el estruendo de las detonaciones dio lugar en pocas horas a un gran silencio, y en los días siguientes a un culto, expresado en los velones y los mensajes que se fueron acumulando en las estaciones. En ese culto se manifestaba el sentido principal del duelo, y el artista sólo tenía que captarlo y darle forma, pero esto no era fácil. El monumento de Atocha es el interior de un enorme velón encendido, con los mensajes escritos en sus paredes internas. Los jóvenes autores han sido capaces de percibir lo esencial. A lo mejor algo tan sencillo y carente de grandilocuencia, pero a la vez tan sutil y emotivo, sólo estaba al alcance de gente de su generación.