Un matrimonio es más duradero si hay pasión, pero si fallase la pasión, muchacho, entonces lo fundamental para que dure la pareja es haber contraído una hipoteca a veinte años, lo que demuestra que con cierta y terrible frecuencia, la atadura de las emociones raras veces es tan sólida como la atadura del banco. Mi experiencia me dice que un matrimonio no está definitivamente liquidado hasta que los cónyuges acuden a la sucursal bancaria a cancelar las cuentas comunes. Permanecer ileso en el alma de una mujer es a veces menos complicado que mantenerse como cotitular en su libreta de ahorros, lo que produce el horrible espectáculo de que con motivo del divorcio la adjudicación de los hijos resulte a veces menos disputada que el reparto del dinero. Hay parejas que para mantener viva la institución matrimonial renuncian a sus vicios, a sus costumbres, a su lado en la cama y a las cosas que le gustan a cada uno. Luego resulta que tienen que ponerse de acuerdo en hacer cosas a disgusto de ambos, como cuando van al cine y ambos renunciarían a la película que les gusta a cada cual para atenerse a ver una a la que jamás habrían ido si estuviesen solteros o si se hubiesen casado con separación de sueños. Cerecino de Campos debe su sorprendente éxito turístico a que es el sitio que visitan muchas parejas cuando para salvar el riesgo de una grave discordia, él desiste de ir a Burgos y ella renuncia a conocer Toledo. Vistas así las cosas, que duda cabe de que el matrimonio es más duradero cuando ambos cónyuges aceptan convertir en un dudoso éxito común sus clamorosos fracasos individuales. Se trata de un evidente caso de fingimiento, actitud nada sorprendente en los matrimonios sostenidos por la rutina y por el tedio. A veces la supervivencia de la pareja se mantiene viva gracias a la excitación del sexo, pero incluso en este caso se suele echar mano del recurso de la interesada apariencia. A mí me parece que en muchas parejas el verdadero placer se alcanza al liberarse ambos del odioso compromiso de fingir. Ocurre en el caso del dichoso orgasmo simultáneo, esa hermosa e inenarrable sensación a medio camino entre la pirotecnia y el autolavado que muchas parejas sólo recuerdan de haberlo leído en alguna parte o por haberlo visto en el cine, donde el sexo no es un éxito técnico de los protagonistas sino una gimnástica proeza del guión. Personalmente tengo experiencias satisfactorias al respecto, aunque supongo que ello se debe a haber dado con mujeres sensibles e imaginativas, o con espléndidas criaturas teatrales y excesivas que me ayudaron a confirmar mi sospecha de que el orgasmo simultáneo es el que se alcanza cuando un hombre y una mujer consiguen fingir al mismo tiempo. A veces el orgssmo simultáneo se consigue sin necesidad de aparentar. Pero en ese caso se necesita que él se retrase, que ella se adelante y que la cabrona de la lavadora centrifugue en el momento oportuno, lo cual resulta por lo menos tan complicado como silbar debajo del agua. Una amiga mía me dijo hace años que su sensación sexual más placentera en el matrimonio la consiguió mientras firmaba el acta del divorcio. Por desgracia, en los delirantes sueños sexuales de muchas parejas lo único que funciona a la perfección es el timbre del despertador. Puede que se trate de una posición demasiado personal, pero creo que la emoción de meterse en cama con una mujer nos compensa de cualquier ulterior disgusto, incluso del disgusto que nos llevamos al descubrir que, por las razones que sea, el amor eterno no hay reloj que lo resista.