Una revista norteamericana dirigida a la clase médica, "Journal of the American Medical Association", ha publicado un estudio sobre las reacciones del ser humano ante la muerte de un ser querido, con el objetivo último de comprobar empíricamente si era cierta la denominada "teoría sobre las distintas fases del duelo". Según esta, a partir del deceso, el supérstite (mayoritariamente el cónyuge) pasaba por cinco estadios: incredulidad inicial, añoranza, enfado, depresión y aceptación. A tal efecto, 233 personas ,en las que se daba la circunstancia de haber perdido a un ser querido por causas naturales no especialmente traumáticas, fueron sometidas a estudio durante 24 meses. Los resultados de la investigación demostraron que, en contra de lo que se pensaba, la incredulidad no era la fase inicial del proceso de duelo, que la aceptación fue el sentimiento más compartido, y la añoranza, el indicativo más persistente. Pero el dato más significativo resultó ser la constatación de que todas las emociones negativas remitían a partir de los seis meses, si bien en distintos grados de intensidad. Y si se diera el caso de que transcurrido ese tiempo, la pena no remitiese sensiblemente, entonces tendríamos que considerar la posibilidad de prescribir un tratamiento. Nada que antes no se supiese pese al carácter científico de este estudio. La persistencia excesiva del dolor ante la muerte del ser querido revela siempre algún tipo de desarreglo psíquico. Doña Juana I de Castilla pasó a la historia como "la loca", por razón de no haber superado el fallecimiento de su marido, Felipe el Hermoso. Y hay más casos parecidos en los manuales de psiquiatría. Con todo eso, este tipo de investigaciones no son irrelevantes ante la desaparición casi generalizada de los signos y rituales del dolor en las llamadas sociedades occidentales. Hubo un tiempo -antes de la proliferación del tanatorio- en el que el dolor tenía unos rituales de comportamiento y vestimenta perfectamente definidos. Durante el primer año, a partir del fallecimiento, la familia entera vestía de riguroso luto, con ropa negra, incluidas las medias y los calcetines. La gente rica ya tenía dispuesta la ropa adecuada con antelación suficiente; la de menos posibilidades se conformaba con enviar al tinte las prendas imprescindibles para pasar con decoro el momento del entierro y el funeral; y los dejados de la mano de Dios se limitaban a coser en la chaqueta un brazalete de color negro. Esto con carácter general, aunque en el caso de las mujeres se llegaba a extremos que hoy nos parecerían propios de fundamentalistas, porque eran muchas, sobre todo en los pueblos pequeños, que vestían de luto para el resto de su vida. En las ciudades la exigencia era menor y a partir de los seis meses, o del año, se les toleraba que cambiasen el negro por la llamada "ropa de alivio", generalmente en tonos morados o grises. Al margen del costumbrismo, lo que si parece científicamente demostrado es que el hecho de mantener una apariencia de dolor insoportable mas allá de los 24 meses puede ser un síntoma de algún tipo de locura perniciosa, o bien de alguna suerte de picaresca con pretensiones de subsidio. Añorar es síntoma de amor profundo. Lo otro es una pamema. Al menos eso dicen los médicos norteamericanos.