Un importante periodista y viejo amigo, sabedor de que nunca me gustó conformarme con la verdad oficial, me regala el libro "La CIA en España", escrito por Alfredo Grimaldos y editado por Debate. Grimaldos ha trabajado desde muy joven en diversos medios españoles, y en la actualidad es colaborador habitual y encargado de la crítica de flamenco en el diario "El Mundo". En realidad, se trata de un resumen, bastante entretenido, de cosas ya sabidas o insinuadas en otras publicaciones, y tiene el mérito de haberlas ordenado con un objetivo evidente: demostrar que la agencia americana de espionaje pudo estar detrás de la mayoría de los acontecimientos importantes que sucedieron en nuestro país, desde la época de Franco y - sobre todo- durante la llamada "transición a la democracia". El autor del libro sitúa el comienzo oficial de las operaciones de la CIA en España, a partir de la firma de los acuerdos de cooperación militar y económica con Estados Unidos el 26 de septiembre de 1953. La cobertura que dan esos acuerdos a las actividades de la agencia es amplísima, ya que en los mismos se impone que las autoridades españolas deben "aceptar a todo el personal estadounidense como miembro de la embajada", y por tanto le confiere inmunidad diplomática. Y bien que lo aprovecharon para captar colaboradores, infiltrarse en el ejército, en las finanzas, en la prensa y en todos los sectores que les interesaban, incluidos los partidos políticos y los sindicatos, a partir de su legalización. En el libro de Grimaldos se documenta el muy probable conocimiento que la CIA tuvo de la información que condujo al asesinato de Carrero Blanco, perpetrado por militantes de ETA, con la ayuda de otros medios que nunca fueron investigados; de su implicación en las maniobras preparatorias del intento del golpe de estado del 23-F; de la ocultación de las pruebas sobre el envenenamiento masivo que se atribuyó al aceite de colza cuando todos los indicios apuntaban a unos tomates infectados con material utilizable en la guerra bacteriológica, de la financiación del PSOE renovado de Felipe González, aunque los pagos se hacían a través de unas entidades alemanas; y de varias operaciones más, que incluyen, recientemente, el caso de los vuelos clandestinos con presos que iban a ser encarcelados o torturados en cárceles secretas de terceros países. El libro me ha interesado en la misma medida que otros anteriores sobre el mismo asunto. Pero atrae especialmente mi curiosidad las citas que hace del fiscal José Raya, que estuvo encargado de la investigación fallida sobre el asesinato del almirante Carrero. Durante un tiempo, me preparó para unas oposiciones y yo acudía a diario a dar los temas a su casa en las proximidades de la actual plaza de Roma. Raya solía comparar a Franco con César Augusto, en la medida que acuñaba moneda con su efigie y sólo parecía interesado en el ejercicio del poder. "El dinero, amigo Ponte - me decía Raya- vale para satisfacer las necesidades elementales, incluso con largueza. Pero, a partir de cierta medida sólo es útil si sabemos convertirlo en poder". Era un hombre observador, y me hubiera gustado preguntarle su opinión sobre la autoría real del asesinato de Carrero, pero, por entonces, el almirante aún estaba vivo.