Opinión

El patrimonio

Pues la verdad es que va a ser difícil, se mire como se mire el contenido de sus declaraciones, negarle bastante razón al señor Palmou Lorenzo cuando advierte, a quienes concursen para la sucesión de don Manuel Fraga, que deben considerar lo del galleguismo del PP de Galicia como un patrimonio común. Lo que no sólo es cierto, sino además oportuno, sobre todo a la vista de la poca vergüenza -y las complicidades- con que algunos intentan apropiarse de la herencia.

El secretario xeral del PPdeG -quien, conviene no olvidarlo, defendió en nombre del señor Fraga la ponencia ideológica que los jacobinos de su partido rechazaron en el congreso de Madrid por demasiado audaz en el trato al hecho diferencial gallego- añade otra verdad de libro: a día de hoy resulta imposible que cualquiera, en esa organización o en otra, pretenda ganar unas elecciones aquí sin tener claro que Galicia es lo primero. Y, acierta cuando en ese sentido, cree que todos los candidatos parten del mismo punto.

Los avisos de su señoría resultan, además, especialmente significativos cuando desde el ámbito socialdemócrata -e incluso lo que algunos tienen por exilio histórico del centro galeguista- se oyen y leen frases que afirman preferencias por el triunfo de un candidato u otro en función de supuestas afinidades al país. Lo argumentan a partir de presuntas actitudes -y hasta charlotadas- más o menos proclives a la reforma estatutaria, pero en el fondo hay otra razón estratégica: alimentar la posibilidad de una escisión, conveniente para sus intereses.

(No se trata de una interpretación sesgada ni de la proclamación del estado de sospecha: sólo desde un posible interés partidista podría entenderse que quienes durante muchos años han denunciado y flagelado los métodos caciquiles de la derecha rural defiendan ahora como útil para el país una victoria de alguno de sus ahijados. A no ser, claro, que lo que crean de verdad es que lo realmente importante es que el cacique sea gallego, para así otorgarle una especie de bula que le permita seguir existiendo, de forma que se le pueda sacar rentabilidad.)

En lo demás don Xesús hace una pulcra, pero casi inverosímil, defensa de la buena marcha del proceso electoral interno en su partido. Que es tan largo y apretado que está dando lugar -y aún será peor a medida que vaya pasando el tiempo- a una auténtica guerra subterránea en la que, por mucho árnica que se emplee, se producen -aparte algunas payasadas, como queda dicho- heridas feas, muy susceptibles de infección por lo sucio del terreno en el que se reciben. Y eso pasa factura siempre, por mucho que se intente disimular la cosa.

¿Moraleja? Pues seguramente no existe, salvo que alguien quiera tener por tal la reflexión de que, en situaciones así, sólo cabe aplicar el reglamento a rajatabla. Si nay narices, claro.

¿Eh...?

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