Opinión
La riqueza
A estas alturas no son pocos los que creen que lo malo de la reforma de la Ley Electoral de Galicia que promueve la Xunta no es tanto lo poco que se sabe de ella cuanto que aún así despide un agudo aroma a interés particular. El hecho de reducir el número de escaños de las provincias interiores -que el señor Castro tiene por definición incorrecta-, donde el PP es más fuerte, justifica los recelos del aún principal partido del país, especialmente cuando no se explican bien los criterios de representación proporcional entre territorio y población que se quieren modificar.
Pero hay algo que es aún peor: la pérdida de capacidad política que ahora mismo tienen Lugo y Ourense por algo más que una cuestión demográfica no parece en modo alguno, como dicen los invitados de FARO, el mejor método para corregir sus problemas. Y si de lo que se trata es de eliminar defectos históricos, de romper sistemas caciquiles o, en definitiva, de modernizar la vieja estructura provincial, parece bastante más oportuno permitir que cuantas más voces diferentes se puedan oir, mejor que mejor.
Así las cosas sería deseable que el señor Méndez Romeu, conselleiro de Presidencia, que parece encargado de llevar adelante el proyecto, confirmase la posibilidad de que la reforma incluya el retorno al anterior modelo de la transición, según el cual bastaría el tres por ciento de los votos, y no el cinco, para obtener en cada provincia representación parlamentaria. Eso daría más pluralidad a la representación y por tanto más riqueza a un sistema que, como el democrático, es tanto más fuerte cuanto más gente se identifica con él.
En este punto tampoco estaría de más otra reflexión: frente a quienes creen que la nueva Ley iría contra el Partido Popular, porque afectaría a sus reservas históricas de votos en las provincias de Lugo y de Ourense, cabe la interpretación contraria. Al permitir el ingreso en la Cámara de partidos más pequeños, el PPdeG tendría más oportunidades de pactar y, por tanto, rompería una situación que hasta hace poco fue de hegemonía absoluta -y para eso hizo la Ley vigente- pero que ahora es ya de aislamiento pleno.
Alguno de los invitados de FARO subraya también su convicción -personal, pero probablemente muy extendida entre los observadores más cualificados- de que los tiempos de mayorías absolutas han terminado por ahora en Galicia, y que por tanto un futuro Parlamento con más de tres Grupos permitiría una gobernación mejor al obligar a mayor diálogo y esfuerzo de entendimiento. Y es seguramente cierto, sin que se pueda replicar que la pluralidad complica la vida política: es probable que nunca haya vivido Galicia un mayor esplendor parlamentario que en 1985, cuando hubo cuatro y hasta cinco Grupos diferentes.
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