Opinión

FERMÍN BOCOS

El carnaval político

Una de las peculiaridades de la vida política española es que casi nadie está en su sitio o en el sitio que se le supone. Ni los de arriba ni los demás. El señor Rodríguez Zapatero, por ejemplo, tiene ya un acreditado currículo en materia de deslizamiento hacia posiciones pro nacionalistas como nunca antes se había visto en quien ocupaba la jefatura del Gobierno de España. Está claro que en ése registro no está en su sitio. Otro tanto podría decirse del señor Mariano Rajoy, presidente de un partido que se proclama centrado pero en el que cada vez hablan más alto quienes, como los señores Acebes o Zaplana, ya ni disimulan su nostalgia de Aznar.

Tenemos más ejemplos de salida de plano respecto de la posición que se supone que cada uno debería ocupar en el retablo de la vida política nacional. Sería el caso del señor Pascual Maragall, paradigma como quien dice del excentricismo: se dice socialista pero promueve un proyecto de Estatuto nacionalista que han hecho suyo, con más fuerza que nunca, los grandes políticos burgueses de la Barcelona que les gustaría volviera a ser condal. Si seguimos observando el retablo veremos que también el señor Miguel Ángel Moratinos padece esa extrañación de lo que debería ser un papel claro como canciller que es del reino de España. ¡Y qué no podría decirse en ése mismo registro del entrañable señor Bono, a la sazón ministro de Defensa! También él tiende a salirse de eje. Raro amanece el día en el que falta a su cita con los medios aunque cada vez habla menos de los asuntos de su ministerio y más de la campaña de promoción política personal en la que está embarcado.

¿Y los clérigos? ¡Válganos Dios! La alta clerecía española es la que, con la encomiable excepción de monseñor Castellanos, obispo que fuera de Palencia -que anda de misionero con los pobres de las Américas-, es el estamento más salido de quicio de todo el retablo español. La Iglesia siempre ha hecho política pero hasta hace poco procuraba disimularlo. Ahora, ni eso: ahora es la punta de lanza de la oposición y algunos de sus empurpurados monseñores, con Rouco a la cabeza y Cañizares, Blázquez y García Gascó detrás, son la vanguardia de la reacción contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Por no hablar de sus hermanos los obispos catalanes que con tan gozo han saludado el proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña, documento muy alejado, por cierto, de determinados criterios doctrinales de la Iglesia en relación con la familia y la solidaridad.

Ya digo: casi nadie está donde se le supone. Sería mejor que se quitarán las máscaras sin esperar a que termine el Carnaval.

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