Opinión
El anuncio
Así pues, confirmado por el señor presidente de la Xunta el encargo de un informe -que algunos llaman auditoría, aunque parece algo más que eso- sobre la gestión del gobierno anterior, no tiene demasiada lógica que a continuación diga, don Emilio, que lo único que se busca es conocer el estado de la cuestión. Y no la tiene porque si sólo fuese para eso, no necesitaría publicitar tanto la manda: bastaría con hacerla y, en todo caso, dar cuenta -después de conocidos- de sus resultados; el anuncio, pues, quiere decir algo más.
A partir de ahí, la pregunta del millón consiste en determinar qué es exactamente lo que pretende -o lo que busca- este ejecutivo al colocar bajo el microscopio la gestión del último bienio. Y, de paso, qué es lo que quieren decir cuando hablan, algunos conselleiros, de furor inversor en los dos últimos meses y por qué echan por tierra un número más que notable de decisiones adoptadas de forma en principio lícita por sus predecesores. Dicho en román paladino, y sin ánimo de suponer lo que no hay, el asunto huele a chamusquina.
Y que nadie mire para otro lado: ayer mismo se confirmó que Medio Rural ha decidido anular docenas de proyectos, -algunos, ciertamente, pintorescos-, poco después de que Medio Ambiente revocase una veintena de concursos, con evidente riesgo de reclamaciones judiciales por parte de los adjudicatarios; parece que negoció con ellos para evitar los tribunales, pero si lo ha hecho, y con éxito, habrá de explicar cómo, y si prometió algo a cambio. Porque en eso consiste también el famoso talante que tanto se predica.
Lo expuesto alcanza su cénit en el asunto de la Cidade da Cultura. Frente a otros criterios, del todo respetables, algunos observadores consideran que la decisión de paralizar las obras para dar tiempo a pensar qué hacer con el conjunto encierra riesgos casi tan graves -aunque quizá no tan caros- como continuarlas hasta terminar lo que se pueda. Y desde luego lo que no se entiende es que en lugar de hablar, y a fondo, sobre el desfase presupuestario, y ver si hay responsabilidades, se juegue con filtraciones para crear ambiente.
Dicho lo anterior conviene añadir, de inmediato y para que nadie se llame a engaño, que no se pretende en absoluto colocar sobre las espaldas de la actual Xunta los posibles pecados de la anterior, ni mucho menos negarle su derecho a tomar decisiones arriesgadas o audaces. De lo que se trata es de no seguir con los paños calientes: si hay algo que aclarar, que se aclare,; si algo que reclamar, que se reclame; si algo que denunciar, que se denuncie. Pero todo ello sin `practicar el disimulo, que es un arte más propio de la farsa que de la democracia.
La moraleja es que hablando se entiende la gente, pero con una condición para alcanzar el entendimiento: que se hable claro.
¿O no...?
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