Opinión
FERMÍN BOCOS
Nos falta un Pla
Sabíamos que la política era la guerra por otros medios, lo que ignorábamos es que en el caso de España, estábamos condenados a repetir los mismos errores que ya habían sido diagnosticados como tales en el pasado.
Es lo primero que se le ocurre a uno al escuchar algunas de las perlas que dicen estos días nuestros políticos al calor de la fuerte polémica que apareja el proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña. Han pasado tres cuartos de siglo, pero por sorprendente que pueda parecer son las mismas que se lanzaban a la cara los tribunos de los días de la II República. En relación con los problemas políticos que plantea, Rajoy y Zapatero hablan como hablaron Ortega y Azaña -con menos dominio del verbo, claro-. Piqué lo hace a la manera del penúltimo Lerroux, el espumoso "Emperador del Paralelo" quien, como se sabe, cambió muchas veces de ideas y de partido aunque no de objetivo: hacerse rico. Lo mismo, por cierto, que se le oyó proclamar un día a alguno de los tribunos del momento.
Alrededor de Cataluña y de sus dichosos proyectos de Estatuto, parece que todo se repite. Lo único que el tiempo parece no haber sabido clonar es a Josep Pla. El Pla que nos legó páginas suculentas sobre el advenimiento de la República y otras, muy galdosianas también, de los años previos a la caída de la Monarquía. Madrid, ejercía una rara fascinación sobre el escritor ampurdanés. "La hegemonía de las ideas políticas catalanas -escribía-, en este momento, es un hecho igualmente indudable. Las formas de la hegemonía catalana mantienen al país en un estado de agitación constante y a menudo de un energumenismo insoportable. El castellano, pobrecito, sufre por todos lados. Cataluña le pone la cabeza como un bombo y no le deja respirar de inquietud y de tósigo problemático", escribía en su 'Dietario' (1921). Son palabras que podrían haber sido tecleadas ayer en el ordenador.
Pla era un escéptico pero no un cínico. Por eso siguen vigentes sus juicios sobre lo que pasaba en la España de los años veinte y treinta del siglo pasado. Pla pasaba de Pujol y Pujol tardó años en borrar la marca con la que los nacionalistas habían estigmatizado la obra del solitario de Palafrugell. Al final tuvieron que rendirse ante su inmenso talento que les retrataba desde su insobornable socarronería.
La verdad es que nos falta Pla y nos sobran periodistas pegados a los políticos. No creo que Pla, puesto en pie, hubiera aplaudido la aprobación del proyecto de Estatuto como lo si lo hicieron los cronistas presentes en el Parlamento de Cataluña el pasado 30 de septiembre. Ese maridaje entre prensa y políticos destruye la obligada distancia respecto del poder, primer mandamiento del oficio periodístico. Claro que ya ocurrió algo parecido cuando el hundimiento del barrio del Carmel en Barcelona o cuando las denuncias del propio Maragall sobre el ya olvidado 3% -el cobro de comisiones ilegales por parte de CiU-, apenas fueron investigadas por la prensa catalana.
Que quede claro: en Madrid también cuecen este tipo de guisos. En fin, el mundo se repite, pero nos haría falta otro Pla para poder interpretarlo con la distancia que reclama tanto aldeanismo disfrazado de modernidad.
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