Opinión

BERNARD DURAN

El día que perdimos el mar

Hoy, día que escribo estas líneas, es 19 de Octubre del 2005. Tal día como hoy hace exactamente 200 años, una impresionante flota de guerra liderada por el Almirante Francés Villeneuve salía de Cádiz. Estaba compuesta por los principales navíos de línea de Francia y España, treinta y tres buques en total, de los que Francia aportaba 18 y España 15. En realidad existía un gran equilibrio en lo que aportaban los aliados a la flota combinada. Los navíos españoles estaban más artillados que los franceses, es decir, que aun aportando tres buques menos los españoles tenían una mayor potencia de fuego, aunque los franceses lo compensaban sumando cuatro fragatas y una goleta. La armada mixta salió del puerto con un viento moderado y, al menos por parte española, con una gran dosis de pesimismo e impotencia. De alguna manera los oficiales intuían el desastre hacia el que navegaban aunque no fuesen conscientes de las consecuencias del mismo, porque Trafalgar marcó el ocaso definitivo de nuestra potencia marítima.

La batalla de Trafalgar tuvo lugar el 21 de Octubre de 1805, por lo que estos días periódicos y revistas conmemoran la efeméride narrando en multitud de artículos los pormenores del acontecimiento, pero a mí me interesa más hablar de los culpables. ¿Por qué la Armada británica venció a la combinada, cuando incluso contaba con una ligera inferioridad numérica? (33 buques hispano-franceses por 27 británicos). ¿Quiénes fueron los responsables de ese descalabro?

El primer culpable fue el Almirante Villeneuve. El emperador Napoleón Bonaparte había ideado un plan un tanto descabellado para invadir Gran Bretaña. La flota debía dirigirse a las colonias inglesas del Caribe para atraer allí a la flota de Nelson, y una vez que éste la buscase por el continente americano dirigirse a toda velocidad al Canal de la Mancha para proteger el desembarco del Ejército francés en la isla. Este plan, pergeñado por un gran estratega terrestre contaba con muchos problemas al aplicarlo en el medio marino, porque tras dos travesías casi consecutivas del Atlántico, la flota se encontraba exhausta, apenas le quedaban suministros y además tuvo un desafortunado encuentro en Finisterre con la escuadra del Almirante Calder, que gracias (o por culpa) de la niebla quedó en tablas, pero que afectó a algunos navíos españoles (Villeneuve reservó en dicha batalla a los buques franceses, lo que crearía un pésimo ambiente en la combinada). Así que decidió desobedecer las órdenes de Napoleón y dirigirse a Cádiz. Enterados los británicos de estos movimientos, Nelson puso cerco a la ciudad. El 8 de Octubre tuvo lugar un tormentoso consejo de oficiales. Los franceses querían salir a combatir, los españoles apostaban por pasar el invierno fondeados, reparar los buques, reponer tripulaciones y obligar a los ingleses a una dura labor de bloqueo que dejaría agotados a naves y hombres. Los argumentos de los Gravina, Churruca, Escaño, Valdés, Alcalá-Galiano, etc. eran de tal coherencia y sensatez que Villeneuve accedió. Al enterarse que su Almirante le había desobedecido, Napoleón decidió destituirlo. Villeneuve se entera el día 14 y cambia de opinión, antes de recibir la comunicación oficial, para ofrecer una victoria que le congraciase con el Emperador; y eso pese a que los barómetros estaban bajando, anunciaban tormenta, y los españoles seguían opinando que en el estado en que se encontraba la flota era una insensatez enfrentarse a los británicos.

El segundo gran error del oficial francés fue la formación en línea. En otras batallas el Almirante Nelson había dejado dicha estrategia obsoleta con el innovador Nelson T (Nelson Touch), es decir, rompiendo la línea por uno o más puntos y provocando una melé. Como los navíos de la época eran de difícil maniobrabilidad, eso suponía que varios buques británicos atacaban a la vez a cada uno, francés o español, sin que los que estaban en los extremos de la línea pudiesen llegar a tiempo de socorrerlo. Así, por ejemplo, el mayor buque de guerra de su tiempo, el Santísima Trinidad se vio acosado al mismo tiempo por el Leviatán, el Neptune y el Conqueror. Además, y sin afán patriotero, lo cierto es que se dieron curiosos comportamientos durante el combate. La vanguardia de ocho buques (cuatro franceses y cuatro españoles) dirigida por Dumanoir, que quedó aislada, como relaté antes, se comportó de manera desigual, y mientras los españoles acudían al combate -aunque después de las maniobras la ventaja era ya claramente inglesa-, los cuatro franceses con Dumanoir al frente cogieron las de Villadiego. (Dumanoir se enfrentaría luego a un consejo de guerra por su cobardía). El Bucentaure de Villeneuve fue finalmente apresado y Gravina desde el Príncipe de Asturias evitó un desastre mayor al reagrupar a los 11 buques que aún seguían combatiendo en condiciones imposibles y dirigirlos a Cadiz. Villeneuve, que acabaría suicidándose, fue el primer responsable de este descomunal desaguisado.

Culpables fueron también un monarca inoperante como Carlos IV y un valido ambicioso e ineficaz como Godoy. El Príncipe de la Paz fue quien obligó a Gravina a obedecer al incompetente Villeneuve en todo momento. Fue, en definitiva, una marioneta del culpable máximo: Napoleón Bonaparte.

Es curioso que en Francia la figura de Napoleón despierte simpatías. Algunos políticos como el primer ministro Villepin o el ex ministro de Miterrand Max Gallo no sólo dicen admirarlo, sino que han escrito biografías sobre el corso. Y digo que es cuando menos curioso constatar cómo se pueden tener simpatías por un dictador que provocó una guerra europea a gran escala; que es el responsable no de miles sino de millones de muertes; y que se gestionó con una insensibilidad inusitada y de manera profundamente personalista.

A Trafalgar y la Guerra de la Independencia le siguió otra catástrofe. El Rey deseado, Fernando VII, para mí el peor gobernante de nuestra historia (por el momento), fue quien terminó de apuntillar todo lo que a España le quedaba de potencia e inauguraba una época lúgubre que tan sólo comenzó a alborear con la Constitución de 1978.

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