Opinión

ÁNXEL VENCE

Cacareando la gripe

Un virus asiático y algo sarraceno ha llegado a las puertas de Europa, donde los gobiernos comienzan a cacarear de miedo ante una epidemia de gripe teóricamente tan mortal como las que barrieron el continente a principios del pasado siglo. Se está montando un buen pollo con la peste aviar.

El bicho anda ya por Rumania, desdichado país que tras sufrir al vampiro Ceaucescu, se las ve ahora con un brote de la variante más letal de la gripe de origen avícola. Y, desgraciadamente, las tierras de Vlad el Empalador no están tan lejos como pudiera parecer, si se juzga por la notable cantidad de rumanos que han llegado en los últimos años a España.

El Gobierno se ha apresurado a tranquilizar a la población y a dar seguridades de que todo está bajo control, anuncio que tal vez contribuyese a aumentar el desasosiego de no pocos ciudadanos. Y es que, cuando un gobernante pide calma, la gente más escéptica (e incluso la que no lo es) tiende a temerse lo peor. No hay noticia, en todo caso, de una venta masiva de billetes de avión con destino a Ultramar.

Tampoco es para tanto, si se miran con tranquilidad los números. Por mortífera que resulte la cepa del virus que amenaza a Europa, lo cierto es que son menos de un centenar las personas que han fallecido en Asia -foco de origen de la gripe- desde que la peste aviar estalló hace dos años en aquel continente. Poca cifra parece como para reputar de epidemia (o pandemia, que suena aún más fuerte) a la suma de los efectos de este singular morbo gallináceo.

Menos aún procede compararla, como ya se ha hecho, con la llamada "gripe española" que entre 1918 y 1919 causó unos treinta millones de muertos en todo el mundo. Las de entonces sí que eran epidemias, como tal vez recuerden con dudosa nostalgia los tatarabuelos que por ahí puedan quedar.

Si hace un siglo se bautizó injustamente como "española" a una gripe que no había sido incubada aquí, ahora ocurre lo mismo con la coloquialmente llamada enfermedad "del pollo".

Por alguna extraña razón, el pollo es animal tradicionalmente sujeto a sospecha, a pesar de sus andares vacilantes y su inofensivo aspecto. Cada vez que suben los precios, por ejemplo, la opinión general de los economistas suele coincidir en que el aumento de la inflación es culpa del "mal comportamiento del pollo", que aun muerto y en la carnicería sigue dando la lata.

Tan mala resulta, en fin, la fama de este animal que la expresión "montarse el pollo" ha llegado a ser sinónimo de lío, barullo, follón y desorden público.

Ahora que la gripe aviar está a punto de traspasar las fronteras blindadas de nuestro continente, cobra todo su sentido la frase. Cumple aclarar, por tanto, que el pollo autóctono no guarda la menor relación con una epidemia que llega desde el lejano Oriente, donde se incubó en toda suerte de aves y no sólo en la gallina.

La explicación no resulta superflua si se tiene en cuenta la natural tendencia de las masas a confundir churras con merinas y pollos con virus cuando los gobiernos desatan la alarma al querer tranquilizar a la población.

Nada ocurre con el pollo, ni -por supuesto- hay razón alguna para perpetrar una matanza preventiva de pitos. Dado el considerable poderío agroindustrial que Galicia ejerce en el ramo de la facturación de aves comestibles, conviene poner la venda antes que la herida para que la improbable catástrofe sanitaria no se convierta en un real desastre económico.

Sólo faltaba que, una vez superadas la epidemia de las vacas locas y la marea negra que nos breó el pescado, ahora viniese una gripe asiática a montarle el pollo -económicamente- a la próspera industria avícola de Galicia. Ya arriben por mar, por tierra o desde el Gobierno, últimamente no ganamos los gallegos para sobresaltos.

anxel@arrakis.es

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