Opinión
ÁLVARO OTERO
Harold versus Angeliina
Los miembros de la Academia Sueca, a juzgar por la nómina de galardonados durante estos últimos años con los Nobel de Literatura, parecen felizmente empeñados en convertirse en uno de esos escasos reductos de inteligencia donde se resiste, en una batalla que quizá esté perdida, por valorar la calidad del arte frente a la mera popularidad. Tras el nombramiento del dramaturgo británico Harold Pinter, muchos medios de comunicación del mundo, incluso de la circunspecta Suecia, se apresuraban a preguntarse con ironía este mismo viernes quién había visto alguna vez una obra del flamante Nobel, al tiempo que resurgían otras voces insistiendo en abrir el premio al periodismo, a la canción, y dárselo no ya a Vargas Llosa o Philip Roth, sino a Bob Dylan. Afortunadamente, los señores del jurado sueco, dejando aparte sus sonoras disensiones y graves errores del pasado como haberle esquivado el premio a Borges -quizá el escritor que más lo ha merecido en la segunda mitad del siglo XX-, aparte de todo eso, decimos, en Estocolmo aparentan tener claro que nada tiene que ver la buena literatura con las ventas o la fama del autor, aunque a veces vayan de la mano, y contra viento y marea se niegan a entrar en esa dinámica populista que acabaría concediendo el Nobel no ya a Kapucinsky, no ya a Dylan, sino a Eminem por, digo yo, la modernidad de sus letras. Y para quienes crean que exageramos, observen sino el espectáculo lamentable de la ONU, esta misma semana, organizando una magna, y presupongo que costosísima, cena de gala en el Waldorf Astoria de Nueva York para entregar un premio a la labor humanitaria, denodada, entregada de....¡Angelina Jolie! La ONU, que comanda Kofi Annan con más pena que gloria, no sólo no ha escarmentado con el ridículo de llamar a un programa Petróleo por Alimentos, paradigma de la sutil nomenclatura diplomática, y con el escándalo del desfalco de los fondos asociados a ese programa, sino que, en las antípodas de los cenizos pero rectos señores suecos, se ha entregado en cuerpo y alma al show business del hambre, a la frivolidad con supuesto mensaje, al compromiso pop de medio pelo que tan de moda han puesto gentes como Bono, quienes prefieren posar sonrientes con Bush y Blair (¡ay, estos viejos roqueros!) que tirar de bolsillo y arreglar tantos problemas con apenas una décima parte de sus fortunas personales. ¿Harold Pinter? Pues claro que sí. Como Seamus Heaney, como Darío Fo, como Joseph Brodsky, como tantos y tantos poetas y escritores y dramaturgos que el mundo desconocía y que, ajenos a los oropeles y las famas, construyeron y construyen en silencio obras coherentes que hacen más grande nuestro legado. Dejemos, pues, que la Academia Sueca se acuerde de ellos. Que de los Bonos y Angelinas ya se ocupa Kofi en sus fiestas solidarias del Waldorf Astoria.
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