Opinión

MARIO TRINIDAD

El lado oculto de la pobreza

Las imágenes de los africanos tratando desesperadamente de salvar las barreras que les separan del mundo desarrollado son seguramente la mejor representación del rostro que ofrece la pobreza en el mundo de hoy. La mejor y la más dramática, cuando contemplamos sus heridas al saltar las vallas de Ceuta y Melilla, o los cuerpos sin vida que devuelve el océano, o cuando les vemos deambular por las arenas del desierto debido a las draconianas medidas que el régimen marroquí despliega con tanta naturalidad.

Pero, como la Luna, también la pobreza tiene un lado oculto, o parcialmente oculto. Tenemos tendencia a ver sólo en la pobreza africana la consecuencia inevitable de la pereza y la ignorancia de sus habitantes o de la ineptitud y la corrupción de sus gobernantes. Pero la realidad es bastante más compleja y, en ciertos aspectos, muy amarga para los europeos.

Por si el tiempo transcurrido desde la descolonización lo ha borrado de la memoria de las nuevas generaciones, hay que recordar que los europeos, y esos europeos transplantados que son buena parte de los americanos, han estado mezclados en los destinos de Africa desde hace siglos. Y el legado de esa presencia no es precisamente como para sentirse orgullosos. Tres siglos de comercio esclavista (entre1500 y1800 aproximadamente) fueron seguidos por un siglo de régimen colonial que dejó poco en cuanto a elites técnicamente educadas o en infraestructuras básicas y equipamientos sanitarios y mucho en forma de divisiones políticas arbitrarias y de entrenamiento de elites en los métodos más brutales de dominio de las poblaciones.

Y tan pronto como finalizó el período colonial Africa se convirtió en uno de los escenarios más desgraciados de la Guerra Fría. Porque allí, donde más evidentes eran las necesidades de inversión y ayuda para escapar del atraso, los esfuerzos occidentales se orientaron a ganar piezas en el juego de ajedrez contra el comunismo. Aunque fuera a costa de asesinar o derribar a líderes nacionalistas (como Lumumba en el Congo o Nkrumah en Ghana) o de instigar guerras civiles, como en Angola. Todo menos colocar el desarrollo económico de Africa en el centro de la competencia entre capitalismo y comunismo, tal como se hizo en Europa.

Sin embargo, como recuerda Jeffrey Sachs, cuyo sobrio resumen histórico hemos recogido en los párrafos anteriores, los daños de la época colonial y de la Guerra Fría no explican por sí solos el atraso africano. Otros países que hoy están creciendo rápidamente, por ejemplo en Asia, sufrieron también las consecuencias de la etapa colonial y de los enfrentamientos postcoloniales ¿Habrá que volver a los tópicos de la pereza y el mal gobierno que mencionábamos al principio?

El primero de esos dos factores huele a simple racismo, mientras nuestro guía para Africa responde negativamente en cuanto al segundo: muchos de los países que más están sufriendo el azote de la pobreza como Mali o Senegal, de donde proceden muchos de esos rostros desesperados que se asoman a la pantalla de nuestros televisores, tienen niveles aceptables de buen gobierno y decencia política (al tiempo que países con fama de corruptos como Pakistán o Indonesia están experiementando tasas saludables de crecimiento económico).

Hay que afinar más, dice Sachs, en el diagnóstico de los males de Africa, y tener en cuenta las hipotecas que las enfermedades, el aislamiento de las poblaciones, el deterioro ambiental y la demografía explosiva, suponen para un crecimiento económico autosostenido.

Y ahí es donde la idea de un Plan Marsall (el que ayudó a la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial) para Africa, que acaba de reclamar el gobierno marroquí, adquiere todo su sentido. Porque aunque el gobierno del país vecino no parezca el más adecuado para convertirse en portavoz de los males de Africa, dado el mal trato de que hace objeto a su propia población, es cierto que sin un gran empujón en inversiones que rompan los cuellos de botella existentes en materia de comunicaciones y acceso a los mercados, en sistemas de riego y en equipamientos educativos y sanitarios, Africa seguirá atrapada en la pobreza y nosotros en nuestro papel de crueles espectadores.

O peor aún, seguiremos condenados a cubrir nuestra crueldad y la miseria de Africa con el velo de la compasión, que es, junto con el olvido, el instrumento más eficaz para ocultar o al menos hacer más aceptable la pobreza.

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