Opinión

ANXEL VENCE.

Avisos de tormenta

Los restos de un huracán ya reducido a simple tormenta tropical -calderilla de vientos y lluvia- caerán hoy o mañana sobre Galicia. Si los cálculos de los augures del tiempo no fallan, el "Vince" nos traerá desde la isla portuguesa de Madeira ventiscas de cierto brío y fuertes aguaceros, que buena falta hacían ya. Nada por lo que preocuparse.

No es probable que el huracán en descomposición alcance la fuerza de aquel otro temporal que hace ahora casi tres años mandó al "Prestige" a las profundidades del océano y breó de peste negra las costas de este reino. Los medios de que disponemos para combatir una marea de chapapote son más o menos los mismos, de modo que más valdrá que la tormenta sea benigna -como se prevé- y no coincida con el paso de algún cascajo flotante repleto de petróleo frente a la ribera marítima de Galicia.

El azar es, tres años después del "Prestige", el único recurso de los gallegos. Cada día siguen navegando junto a la autopista naval que bordea Fisterra decenas de buques cargados de hidrocarburos, sustancias químicas y, ocasionalmente, residuos nucleares.

Dadas esas circunstancias, la posibilidad de que algún viento embravecido coincida con el tránsito de un barco en malas condiciones resulta mucho mayor que la de acertar la lotería. Prueba de ello son las seis o siete grandes mareas negras que a los gallegos les tocaron en desgracia durante los últimos treinta años. La del petróleo es aquí una ruleta rusa, y no sólo porque buena parte de la brea de baja calidad que circula por los mares proceda de países de la antigua Unión Soviética.

No se trata de mala suerte ni mucho menos de una maldición divina, por grandes que puedan ser los pecados de este breado reino. Si acaso, sería una condena geográfica. Galicia paga las consecuencias de su arriesgada situación en el mapa de las navegaciones mundiales, colocada como está junto a un atajo por el que circulan miles de grandes mercantes cada año.

Ahora bien, las desventajas de la geografía pueden y deben corregirse mediante una adecuada política de control de las mercancías peligrosas, tal que se hace en el transporte por tierra. Eso incluiría en el caso de Galicia el alejamiento de los buques de riesgo a una distancia prudencial de la costa; la exigencia de que los barcos pasaran una ITV al menos tan severa como la de los coches; y, por si todo fallase, la dotación de medios suficientes para hacer frente a un derrame masivo de petróleo. Pues ni por ésas.

Ni siquiera la catástrofe del "Prestige" fue bastante para que se tomasen medidas tan elementales. El Parlamento Europeo se negó a aprobar -por razones de seguridad de las tripulaciones- el alejamiento de los buques que pudieran comprometer el equilibrio de los mares de Galicia; las inspecciones de los barcos siguen siendo las mismas que en el infausto noviembre de 2002 y, en fin, los medios para la lucha contra la contaminación apenas difieren de los que había entonces.

Tal vez el actual Gobierno de España piense -como el anterior- que en caso de apuro siempre estarán los marineros para sacarle las castañas del fuego y el petróleo de las rías. Pero lo cierto es que cabría esperar algo más de un presidente que, como Zapatero, no dudó en viajar a Santiago cuando aún no lo era para tomar parte en las manifestaciones que en su día canalizaron la indignación cívica de los galaicos. Pasado el día, parece haber quedado atrás también la romería.

Felizmente, los augurios de los meteorólogos invitan a confiar en que la tormenta tropical nacida en Madeira llegará a Galicia lo bastante exhausta, fané y descangayada como para no amenazar peligros a la navegación, aunque se encuentre algún oxidado petrolero en el camino. Pero habrá sin duda otros temporales de mayor fuste, y la cuenta atrás para la próxima marea negra sigue corriendo.

Sordos a los avisos de tormenta, los gobiernos discuten sobre el sexo de las naciones y la letra de los himnos.

anxel@arrakis.es

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