Opinión
ÁNXEL VENCE
Banderas al viento
Una bandera española de formidables dimensiones presidirá a partir del próximo día 12 el paseo marítimo de Coruña por decisión -sin duda patriótica y acaso desmedida- de su alcalde Francisco Vázquez. Decidido a marcarse un punto, el presidente de la República Herculina no da puntada sin hilo.
La iniciativa no es en absoluto original, salvo en provincias. Ya la adoptó hace algunos años -con cierta polémica- el entonces ministro de Defensa Federico Trillo, al situar en el centro de Madrid una enorme enseña de ni se sabe cuántos metros cuadrados de tela que allí sigue, flameando al viento en la plaza de Colón.
Tampoco hay gran diferencia entre las razones que entonces impulsaron al conservador Trillo y las que ahora mueven al socialdemócrata Vázquez. Se trata en ambos casos de "exaltar la cohesión de España" y de hacer "un canto a la unidad", aunque el alcalde coruñés le añada un factor de oportunidad a una decisión que, según confiesa, se toma "en el mejor momento". Es decir, aunque no lo dice: en el momento en que el nuevo Estatuto de Cataluña -y los que pudieran venir detrás- abre alguna que otra incógnita sobre la futura articulación del Estado. O sobre su propia subsistencia, si hay que atender a las voces más alarmadas de estos últimos días.
Cuestiones de tamaño aparte, en pocos lugares del mundo sería noticia que un alcalde quisiera darle el debido realce a la bandera oficial del país -o del Estado, si se prefiere-, mediante el trámite de izarla en un sitio céntrico de su municipio. Es el propio Vázquez, sin embargo, quien le da al asunto ese carácter noticioso al recordar que lo hace por motivos políticos y de oportunidad.
Lo que el alcalde coruñés hace notar, acaso involuntariamente, son ciertas carencias de identidad nacional en España. No se trata tan sólo de que el himno español sea uno de los pocos -si no el único- que carece de letra para ser cantado; o de que los partidos de la selección nacional interesen menos que un buen Madrid-Barça (y vale también un Celta-Deportivo).
Más notable aun que eso es el hecho de que la bandera despierte sentimientos encontrados entre algunos de los habitantes del país, como bien puso de manifiesto la controversia suscitada en su día por la iniciativa de Trillo en la plaza de Colón o la que presumiblemente traerá consigo la que acaba de tomar Vázquez.
Puede que se trate de un simple fenómeno de respuesta a la sobredosis de nacionalismo español inyectada por Franco durante sus cuarenta años de dictadura. A fuerza de colocar la bandera española hasta en los estancos y de identificarla abusivamente con su régimen, la política ultranacionalista del dictador acabó por generar anticuerpos de rechazo en la sociedad. Tanto como para que la simple exhibición de una bandera española le valiese reputación de fascista -por veces, no del todo inexacta- a quien la portase.
No sería mala noticia esa si el tosco nacionalismo del "Día de la Raza" -que así se llamó hasta 1958 la festividad del 12 de octubre- hubiera dejado paso a una idea de nación basada en los derechos del individuo: cualquiera que sea su linaje, su lugar de nacimiento o sus creencias. Los hechos sugieren sin embargo que la resistencia al viejo nacionalismo español -vivo, aunque en declive- engendró nuevos movimientos nacionalistas que, al igual que su contrario, insisten en las virtudes de la estirpe, de la lengua y de los derechos históricos para fundar sus reivindicaciones.
Vázquez, que es coruñés ilustrado, republicano y por tanto sensato, debiera conocer mejor que muchos hasta qué punto puede resultar aventurado el abuso de las banderas, ya sea aquí, en Estados Unidos o en el Turkmenistán.
A fin de cuentas, las "banderas" no dejan de ser en lo esencial el distintivo de un "bando" frente a otro. Y no se trata de averiguar quién es el que la tiene más grande, sino de poner en diálogo y en razón a todos.
anxel@arrakis.es
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